
El frío de aquella mañana 25 de diciembre calaba hasta los huesos. Sara se despertó temprano, la excitación de la reunión familiar no le había permitido dormir, por lo que decidió pararse y organizar un poco el desorden de la casa.
El silencio era interrumpido por el leve sonido de la música navideña que se desprendía de la serie de foquitos que iluminaban el árbol, y que ahora se veía desolado ante la perdida de los muchos regalos que la noche anterior lo sitiaban, quedando como testimonio de ellos, las varias cajas de diferentes tamaños, así como el confeti de colores de las envolturas regadas en el piso, y que horas antes habían inquietado y llenado el momento de la sorpresa.
Sara entró a la cocina y con pereza se preparó un café, se puso entonces a recolectar cada instante de la noche anterior, esperando guardarlos allí, donde se conservan frescos los bellos momentos. Pensó entonces que con el tiempo la mente olvida o confunde las ideas, mientras que el corazón registra los sentimientos, las temperaturas, las sonrisas, los humores, para luego construir historias imborrables.
Así recordó los abrazos, los besos, las poses para las fotografías y hasta el ladrido del perro cuando hicieron tronar las pequeñas envolturas de pólvora alrededor de la fogata que sirviera de centro a la reunión familiar, y que ahora reposaba en el silencio del patio convertida en cenizas.
En ese momento comprendió el por qué de su insomnio, había sido una hermosa noche de Navidad que no quería ser olvidada por el sueño. La emoción la llevó a sentir deseos de compartir la felicidad vivida que amenazaba con desbordarse. Salió a la calle y pudo percibir los primeros rayos de sol que comenzaban a calentar la mañana.
Entonces lo vio en el baldío que está junto a la casa. Se encontraba con sus piernas encogidas y sus delgados y pequeños brazos enroscaban su cuerpo, el frío había congelado una lágrima en su sucia cara, y sus ojos abiertos se perdían en el infinito. Se acercó y lo miró fijamente, por un momento pensó que era una pesadilla, pero no, estaba ahí, tirado e inerte.
El terror la paralizó, y sólo reaccionó cuando un escalofrío heló su espalda, corrió a traer una cobija con la que cubrió a ese pequeño que no tendría más de ocho años, lo abrazó y hasta entonces comprendió que estaba muerto. Por instinto comenzó a arrullarlo queriendo que su calor tocara y disipara el color que la muerte había pintado en sus mejillas, pegada a la soledad y al hambre de su triste cuerpecito.
No supo si fue un milagro. Dicen que en esta época suceden. O tal vez la desesperación de un niño que por regalo de Navidad pidió ser arrullado, pero en el momento en que lo tomó en sus brazos, sintió que le decía: ¡por favor... béseme!
Sara pensó que era absurdo lo que estaba ocurriendo, pero algo la hizo despejar la frente del pequeño y rozar con sus labios su tieso cabello. Muchas preguntas se le vinieron a la mente... ¿quién era? ¿cómo se llamaba? ¿dónde estaban sus padres? Sintió entonces que él la escuchaba y que por alguna razón sus corazones se comunicaban. Cerró los ojos mientras seguía arrullándolo y en esa ilógica comunicación escuchó una voz en su corazón que le dijo...
- Soy el Pulgas, bueno, así me dicen mis amigos, los niños con los que me junto pa' limpiar carros... yo no tengo familia... ni se que es eso, hace mucho que me jui de la casa de mi amá y de su siñor, me jui porque siempre me pegaban, aunque llevara dinero.
Un día que no saque ni pa' comprarme un pan, mejor me jui de la casa. Caminé mucho hasta que llegué a un rancho donde me dieron trabajo, pero cuando se emborrachaba el patrón la agarraba conmigo y me pegaba, que pa' que me hiciera hombre; decía. Un día vi que guardaba el dinero debajo del colchón de su cama y junto con Ponciano nos metimos a robarlo. Con el dinero tomamos un camión y llegamos aquí, y cuando el dinero se nos terminó nos pusimos a robar en la central de camiones. Allí agarraron a Ponciano, y yo... pos yo me escape.
Sara lo abrazo más fuerte, sintió ganas de pedirle perdón por el egoísmo de olvidar que existen seres como él. Un fuerte sonido la volvió en sí, se dio cuenta entonces que varias personas, entre ellas su familia, una patrulla de policía y una ambulancia estaban allí. Pensó entonces que era ya demasiado tarde, se aferró más a ese cuerpo frío de vida y lloró, sus lágrimas bañaron la cara sucia de aquel niño y supo entonces que él lloraba a través de ella.
Sara sintió como alguien la jalaba alejándola del cuerpo inerte del pequeño, entonces comprendió que sus corazones se separaban. El calor de la fogata de la noche anterior vino una vez más a su memoria desvaneciéndose en el dolor de aquel niño que por regalo de Navidad sólo pidió ser arrullado.


