
Menos es más. Los autores más grandes han sido aquellos que ganaban en prestigio por cada libro que no publicaban. Juan Rulfo inauguró entre nosotros esa estirpe de titanes y Salinger fue el guardián de los autores ocultos. “El guardián entre el centeno” es por supuesto el libro que yo siempre hubiera querido escribir pero es que es además el libro que todos los autores hubieran querido escribir. Salinger ha sido el santo patrón de los escritores que no escriben. Lo único que no decepciona después de una obra maestra es el silencio, esa fue la lección magistral de Salinger confrontado a tantos autores que han sido los peores enemigos de su obra, empeñándose en seguir escribiendo obras menores. Trágicos son los casos de aquellos a los que la obra cumbre les llega en la juventud. En España Josep Pla tuvo la desgracia de escribir “Cuaderno gris” con apenas veinte años. La literatura no sufre menoscabo pero la vida del autor a menudo se ve reducida a cenizas. Desde Rimbaud la grandeza de no escribir ha sido la marca de los genios. “El guardián entre el centeno” es el padre de toda la literatura del Yo y de una nueva forma de escribir. Heredero directo de “Huckleberry Finn” de Mark Twain que introduce esa voz inolvidable y personal de un adolescente que nos habla desde un manicomio para al final convencernos de que somos nosotros los que estamos locos. No estoy de acuerdo con los críticos que defienden “Franny y Zooey” o “ Nueve cuentos” como obras cumbres del autor. Puede ser que sus colecciones de relatos demuestren más maestría. No importa. “El cazador oculto” tal y como se conoció en Sudamérica a la historia de Holden Caulfield marcó un antes y un después en la historia de la literatura. Fue imitado y es inimitable. Como el propio Salinger.
Y es de eso de lo que estamos hablando. De lo que hablan todas las historias.