sábado, 21 de septiembre de 2013

Pablo Neruda: Entre su conciencia y la palabra






Francisco RIVAS LINARES

 

Parte I

 

               “Los monstruos envilecieron, pero no fueron viles.
    Ahora
    en el rincón que la luz reservó a la pureza,
    en la nevada patria blanca de Araucanía,
    un traidor sonríe sobre un trono podrido.
   En mi patria preside la vileza.”
                                                                                                                 (Pablo Neruda. Canto General)

 

Cuando el cielo se viste de humedad y el torrente lacrimoso emite un suave murmullo unísono, rítmico, estimulando mis saudades, es entonces cuando me gusta abrir las páginas poéticas de Neruda y me dejo llevar por los caminos ignotos de mi imaginación grávida de imágenes, olorosas a frescura, a tierra mojada.

Pablo Neruda esculpió sus versos sobre el granito del tiempo para la posteridad. Legado de luz, de arrebato, de amor, barro y rebeldía. Gritos que se esparcen en el confín universal. Versos que escancian su salobre mensaje en nuestro paladar ayuno de sabores. Amores que se esparcen en la línea sonora y metafórica. Rebeldía arrebatada que nos sacude ante el sopor que nos domina frente al mundo pletórico de inmundicias, donde el alma del burgués, tan corrompida, asfixia en sus miserias al obrero, al campesino, a quienes mueren día tras día devorados por la tierra en las minas del cobre y el salitre, al araucano indómito, exterminado por un criollismo estúpido y creído.

Ricardo Eliécer Neftalí  Reyes Basoalto nació en Parral, provincia de Linares, Chile, el 12 de julio de 1904. Los misterios de la selva, el sonoro canto de las aves exóticas cuyos nidos primitivos se suspenden en los árboles lineales, los insectos de cromáticos colores, la lluvia incesante del invierno gélido que sacude los enormes abanicos de helechos gigantescos, mecieron la cuna del poeta ilustre…

 
“De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio,
he salido yo a andar, a cantar por el mundo”


Rosa Basoalto de Reyes, la madre, murió treinta días después del alumbramiento  consumida por la tuberculosis. El poeta la conoció por una fotografía que encontró  en un viejo baúl familiar: “Era una señora vestida de negro, delgada y pensativa. Me han dicho que escribía versos, pero nunca he visto nada de ella, sino aquel hermoso retrato.”

Su padre, José del Carmen Reyes Morales, fue ferroviario. Solía conducir un tren lastrero, de esos que trasladan  piedra picada para depositarla entre los durmientes y evitar con ello el hundimiento de los rieles al paso del convoy. Neruda vivió con él las experiencias pueriles de la contemplación de la naturaleza fecunda y policroma de la patria.

Dos años después, en 1906, la familia se traslada a Temuco, capital de la provincia de Cautín, al norte de Chile, donde el padre contrae segundas nupcias con doña Trinidad Candia Marverde. Años más tarde Neruda asiste al Liceo de Hombres a realizar sus estudios, donde tiene la fortuna de conocer a Gabriela Mistral. Tiempo después muere el padre, siendo sepultado en el panteón de la localidad, “el cementerio más lluvioso del mundo”, calificado así por el poeta.

Con su nombre de pila publica sus primeros versos en la revista Corre-Vuela, de Santiago, entre 1918 y 1919; y es en octubre de 1920 cuando adopta definitivamente el seudónimo de Pablo Neruda, comenzando a tejer el sudario de su inmortalidad escandiendo con arte y ritmando el mensaje para el hermano universal: El Hombre.

“Me parece que yo no nací para condenar, sino para amar. Aun hasta los divisionistas que me atacan, los que se agrupan en montones para sacarme los ojos y que antes se nutrieron de mi poesía, merecen por lo menos mi silencio. Nunca tuve miedo de contagiarme penetrando en la misma masa de mis enemigos, porque los únicos que tengo son los enemigos del pueblo.”

No puedo sustraerme de la predilección común de los lectores nerudianos: Farewell constituye hoy por siempre el poema representativo de Crepusculario:

 
Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.
Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día…

Neruda solía expresar su inconformidad por la tendencia preferencial que los lectores imponían a este poema, pues con ello, aseguraba, se pretende inmovilizar al poeta en un solo minuto. Fracasó en el intento y Farewell aún desgrana su lirismo en el hondo sentir adolecente como poema liberto del conjunto.

Lo mismo sucede con el Poema XX de su compilación Veinte Poemas de Amor y una Canción Deseperada. Se liberó del resto y lo encontramos solitario, refulgente, detonante de un amor frustrado, mal afortunado…

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Este poema fue publicado por vez primera en la revista Claridad el 24 de noviembre de 1923, con el título Tristeza a la orilla de la noche y firmando su autor con el seudónimo de Sachka.

Pablo Neruda nos explica el génesis de la obra en su totalidad: “Los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada es un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrulladora del sur de mi patria. Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el río Imperial. Los Veinte Poemas son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido… En un esbelto y largo bote abandonado de no sé qué barco náufrago, leí entero el Juan Cristóbal y escribí la Canción Desesperada.”

 




 Foto: Salvador Allende y Pablo Neruda
 

Parte II

 

Mi pueblo, pueblo mío, levanta tu destino!
Rompe la cárcel, abre los muros que te cierran.
Aplasta el paso torvo de la rata que manda
desde el Palacio; sube tus lanzas a la aurora,
y en lo más alto deja que tu estrella iracunda
fulgure, iluminando los campos de América.
Pablo Neruda.
“González Videla el traidor de Chile”
Canto General

 

 Conocí la poesía nerudiana en mis años de estudiante. La asignatura de Estética la impartía el poeta Tomás Rico Cano. En una de sus exposiciones académicas, al referirse a la inequidad social  tan injusta que nos corroía, aludió al vate chileno dando lectura y haciendo análisis de la Oda a la Cuchara. Canto a la equidad en el que la cuchara funge como intermediario instrumento para igualar “unos labios clavelinos” con los miserables del hambriento. Fue emotivo el momento. Avivó en todos nosotros, sus alumnos, ese romanticismo cristalizado tan propio de la juventud del mundo.

En la oda referida, Neruda juega con el tiempo. Comienza con el pasado (Cuchara, cuenca de la más antigua mano del hombre…) para continuar con el presente (…el hombre agregó al hueco desprendido de su mano un brazo imaginario de madera…) y concluir en el futuro (Por eso el tiempo de la nueva vida que luchando y cantando proponemos será un advenimiento de soperas…).  

Toda revolución principia con una literatura. Es un paradigma al que recurro con cierta frecuencia y que viene a confirmarlo Neruda en su poesía de dimensión socialista España en el corazón. En su obra póstuma, Confieso que he vivido, narra la proeza heroica que vivió al lado de Manuel Altolaguirre para imprimirlo en el fragor beligerante del franquismo

Altolaguirre instaló una pequeña imprenta en el frente del Este, escribe el poeta. Se pararon los tipos, se elaboró el papel en un viejo molino utilizando al efecto una “…extraña mezcla, desde una bandera del enemigo hasta la túnica ensangrentada de un soldado moro.” Y del estruendo de la cruel guerra civil dimanó este épico poema.

¡Cuánta severidad hay en los versos! La cáustica maldición vertida contra el general Francisco Franco, encarnación de la estulticia:

“Maldito, que sólo lo humano / te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas, / no te consumas, que no te pierdas / en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo / ni la feroz espuma. // Solo, solo, para las lágrimas / todas reunidas, para una eternidad de manos muertas / y ojos podridos, solo en una cueva / de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre / por una eternidad maldita y sola. // No mereces dormir / aunque sean clavados de alfileres los ojos: debes estar / despierto, General, despierto eternamente / entre la podredumbre de las recién paridas, / ametralladas en otoño. // Todas, todos los tristes niños descuartizados, / tiesos, están colgados, esperando en tu infierno / ese día de fiesta fría: tu llegada. // Niños negros por la explosión / trozos rojos de seso, / corredores / de dulces intestinos, te esperan todos, todos en la misma actitud / de atravesar la calle, de patear la pelota, / de tragar una fruta, de sonreír o nacer.”

La prolongación del poeta no sólo encuentra acotación en la España franquista, sino que alcanza a muchos otros países entre los que figura México. En su Oratorio Menor el poeta rinde tributo al músico ilustre Silvestre Revueltas; un poema escrito a vuela pluma que consta de cincuenta y cuatro versos libres y asonánticos, mismos que leyó en el Panteón Francés de la ciudad de México ante su tumba.

Cuando un hombre como Silvestre Revueltas
vuelve definitivamente a la tierra,
hay un rumor, una ola
de voz y llanto que prepara y propaga su partida.
Las pequeñas raíces dicen a los cereales: "Murió Silvestre",
y el trigo ondula su nombre en las laderas
y luego el pan lo sabe
todos los árboles de América ya lo saben
y también las flores heladas de nuestra región ártica.

En sus memorias Confieso que he vivido, así describe a México:

“Mi gobierno me mandaba a México. Lleno de esa pesadumbre mortal producida por tantos dolores y desorden, llegué en el año 1940 a respirar en la meseta de Anáhuac lo que Alfonso Reyes ponderaba como la región más transparente del aire.

“México, con su nopal y su serpiente; México florido y espinudo, seco y huracanado, violento de dibujo y de color, violento de erupción y creación, me cubrió con su sortilegio y su luz sorpresiva.”

Y si en el verso labró su testimonio sobre el acendrado agrarismo de Zapata y de Jesús Gutiérrez, el pensamiento liberal de Benito Juárez y la rebeldía inaudita del Joven Abuelo, también censuró el entreguismo de quienes por equívoco o titubeo traicionaron la ideología del derecho humanístico, pilar exterior de nuestro México. El Canto General es tribuna flamígera de denuncia:

“Cerraron las cordilleras
de Chile para que no partiera
a contar lo que ahí sucede,
y cuando México abrió sus puertas
para recibirme y guardarme,
Torres Bodet, pobre poeta,
ordenó que se me entregara
a los carceleros furiosos.
Pero mi palabra está viva,
y mi libre corazón acusa.”

Del supremo exponente de la poesía contemporánea latinoamericana, Pablo Neruda, se seguirán escribiendo muchas cuartillas más, porque el expresivo lampadario de sus versos seguirá inagotable iluminando al mundo. Hoy, con estas líneas, le entrego mi homenaje a los cuarenta años de su deceso ocurrido el 23 de septiembre de 1973. Y a la manera de la multitud obrera de rostros recios, galvanizados y serios, de mi garganta se desprende el grito de reclamo para que lo repitan los campos, las montañas, las ciudades, las fábricas, las minas, las aulas universitarias:

 

¡Pablo Neruda…!  ¡¡PRESENTE!!

 

Revista de la Universidad de México

Revista de la Universidad de México

martes, 3 de septiembre de 2013

Caín (Fragmentos)



Lord Byron



                                    LUCIFER
Somos almas que se atreven a usar su inmortalidad;
almas que se atreven a mirar al tirano omnipotente
directo a su rostro eterno, y a decirle
que su mal no es un bien. Si él hizo todo,
como dice (cosa que no sé, ni creo tampoco),
si nos hizo incluso a nosotros, no nos puede deshacer:
somos inmortales. Más aún, él nos quiso así
para poder torturarnos; ¡que lo haga! Es grande,
mas, en su grandeza, no es más feliz que nosotros
en nuestros conflictos. La bondad no habría creado
el mal; y, sin embargo, ¿qué otra cosa ha creado?
Que se siente en su vasto y solitario trono,
creando mundos a fin de hacer la eternidad
menos agobiante para su existencia inmensa
y la soledad que con nadie puede compartir.
Que amontone mundo sobre mundo: está solo,
tirano totalmente indisoluble e indefinido.
Si tan sólo pudiera aniquilarse a sí mismo,
sería éste el mejor don que jamás hubiese concedido;
pero que siga reinando, y multiplicándose en la miseria.
Los espíritus y los hombres, al menos, nos compadecemos
y, sufriendo en conjunto, hacemos a nuestros dolores,
innumerables, algo más tolerables para todos
por medio de una ilimitada compasión universal.
¡Pero él!, tan miserable en su altura,
y tan inquieto en su miseria, debe aún crear,
y volver a crear... Quizás algún día
se otorgue a sí mismo un Hijo, así como
te dio a ti un padre; y, si así lo hace,
quede dicho, su Hijo no será sino un Sacrificio.

                                        CAÍN
Me hablas de cosas que hace ya tiempo vagan
como visiones a través de mis pensamientos;
nunca pude conciliar aquello que oía con lo que veía.
Mi padre y mi madre sólo me hablan de serpientes,
de frutos y de árboles; yo veo las puertas
de lo que ellos llaman su Paraíso custodiadas
por querubines que, armados con flamígeras espadas,
les prohíben la entrada, como a mí; siento
el peso de diarias labores, y de pensamiento constante;
miro alrededor a un mundo en el cual no parezco nada,
con ideas que surgen en mi interior como con poder
para dominar todas las cosas; pero mis reflexiones
me dicen que esta miseria es sólo mía. Mi padre
está resignado; mi madre ha olvidado la mente
que la llevó a ansiar el conocimiento incluso
ante el riesgo de una maldición eterna; mi hermano
es un pastorcito diligente que ofrece en sacrificio
las primicias de su rebaño a aquel que ordena
a la tierra no cedernos nada sin sudor;
mi hermana Zillah canta un himno que precede
aun al saludo matinal de las aves; y mi Adah,
mi mujer y amada, tampoco es capaz de comprender
la elevada mente que me abruma; nunca hasta hoy
había conocido ser alguno que simpatizase conmigo.
Muy bien, será mejor que empiece a tratar con espíritus.


                                          [...]


                                    LUCIFER
Y ésa debería ser toda la suma humana
de conocimiento: saber que la naturaleza mortal
no es nada. Lega esa ciencia a tus hijos
y les ahorrarás muchas torturas.

                                        CAÍN
                                                             ¡Altivo espíritu!,
dices eso orgullosamente; pero tú, aunque orgulloso,
tienes un superior.

                                    LUCIFER
                                     ¡No! ¡Por el Cielo, que él
retiene, y el abismo y la inmensidad de mundos
y de vida, que yo retengo con él, no!
Tengo un vencedor, es cierto, pero no un superior.
Homenaje él tiene de todos, pero ninguno de mí;
combato contra él por éste, tal como combatí
en el altísimo Cielo. A través de toda la eternidad,
y de los insondables abismos del Hades,
y de los interminables reinos del espacio,
y de la infinitud de edades sin término,
¡todo, todo lo disputaré yo! Y mundo por mundo,
y estrella por estrella, y universo por universo,
todo temblará en la balanza, hasta que el gran
conflicto cese, si es que alguna vez cesará,
lo cual nunca hará, no sino hasta que él o yo
sucumbamos. ¿Y qué puede hacer sucumbir nuestra
inmortalidad, nuestro mutuo e irrevocable odio?
Él, como conquistador, llamará a lo conquistado
el mal; pero ¿qué será el bien que él dará?
Si el vencedor fuese yo, sus obras serían juzgadas
las únicas malvadas. Y a vosotros, a vosotros,
nuevos y apenas nacidos mortales, ¿cuáles han sido
los dones que os ha dado en vuestro pequeño mundo?

                                        CAÍN
No han sido sino pocos, y algunos de éstos sólo amargos.

                                    LUCIFER
Regresa conmigo, entonces, a tu Tierra, y pon a prueba
el resto de los celestiales dones otorgados a ti y a los tuyos.
El bien y el mal son cosas en su propia esencia,
y no hechas buenas o malas por aquel que las da;
mas si él os da el bien, llamadlo así,
y si de él brota el mal, no lo llaméis mío
hasta que no conozcáis mejor su verdadera fuente;
y no juzguéis por palabras, aunque de espíritus,
sino por los frutos de vuestra existencia, como debe ser.
Un buen don la manzana fatal os ha conferido:
vuestra razón; no dejéis que ésta sea oprimida
por tiránicas amenazas para forzaros a una fe
en contra de todo sentido externo y sentimiento interno;
pensad y resistid, y forjad un mundo interior
en vuestro propio pecho allí donde el exterior falle;
así estaréis más cerca de la naturaleza espiritual
y combatiréis triunfantes con la vuestra.