lunes, 16 de noviembre de 2009

Qué doloroso es amar


Qué doloroso es amar, y no poderlo decir...
Si es doloroso saber
que va marchando la vida
como una mujer querida
que jamás ha de volver...
Si es doloroso ignorar dónde vamos al morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Triste es ver que la mirada hacia el sol levanta el ciego,
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada.
Ver su mirada tranquila a la luz indiferente,
y saber que eternamente
la noche va en su pupila bajo el dosel de su frente.
Pero si es triste mirar y la luz no percibir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Conocer que caminamos bajo la fuerza del sino,
recorrer nuestro camino
y no saber dónde vamos;
ser un triste peregrino de la vida
y en el sendero no podernos detener
por ir siempre prisioneros del amor, o del deber.
Mas si es triste caminar
y no poder descansar
más que al tiempo de morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Vivir como yo, soñando con cosas que nunca vi,
y seguir, seguir andando,
sin saber porque motivo ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo que pongan al cielo escalas...
y ver que nos faltan alas que nos remonten al Cielo.
Mas si es triste no gozar
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir
prisionera de un amor...
y no poderlo decir!

JOAQUÍN DICENTA

lunes, 9 de noviembre de 2009

Sí... los tiempos han cambiado


Era una niña de seis años cuando su madre le encargó el cuidado de sus tres hermanitos más pequeños, pues ella tenía que salir a lavar ropa a otras casas. No recuerda desde cuando la pusieron a barrer y trapear, a lavar los trastos, a ir por agua, a llevar al molino el nixtamal.

Se casó. Nada más cambió de metate, como antes se decía. Tuvo seis hijos. Su marido trabajaba en una fábrica. Había que lavarle todos los días aquellos pesados overoles manchados de arriba abajo con aceite; había que hacer de comer para todos, y tener limpia la casa sin ayuda. Cuando su hombre murió ella se puso a coser en su casa a destajo, para un fabricante de camisas. Empezaba su labor a las 6 de la mañana y acababa a las 12 de la noche.

Ahora es una anciana. El otro día oyó que una nieta suya, licenciada, decía al conversar con una amiga: -Los tiempos han cambiado. Mi abuela, por ejemplo, nunca trabajó...