miércoles, 9 de diciembre de 2009

La pedagogía del escarmiento


“… si no escribo esta palabra, no la escribirá nadie. Si no digo esta palabra, el mundo se hundirá en el silencio (o en el rumor o la furia). Y una palabra no escrita o no dicha nos condena a morir mudos e infelices. Sólo lo dicho es dichoso y sólo no lo dicho es desdichado”.
Así se expresa Carlos Fuentes en su escrito titulado “En esto creo”, y tengo la convicción de que muchos, como yo, coinciden con esta cita que estoy utilizando a manera de epígrafe.
De manera que vamos a recuperar nuestra palabra, nuestro derecho a decir lo que para nuestra desdicha hemos callado por voluntad o imposición, por prudencia o temor, por cautela o cobardía.
La pedagogía es una disciplina que tiene por objeto la formación del individuo. Sin embargo no podemos utilizar el término de manera estricta, ya que su sentido genérico puede invitar también al ejercicio reflexivo.
El sentido semántico que solemos aplicar al término en comento, es el que lo considera como recurso que la sociedad emplea para imponer roles de comportamientos específicos. Sin embargo, cuando ejercitamos el discernimiento para romper esquemas de dominación, obedece a una categoría pedagógica denominada pedagogía crítica, de la que hemos derivado la literatura de la resistencia.
Hay un ejemplo al respecto: El 12 de julio de 1562, Fray Diego de Landa dirigió un auto de fe en un pueblo maya y quemó caciques y códices. El fraile se preciaba de haber acabado con 20 mil ídolos. Destruyó también estelas y edificios. Poco después dio órdenes a un sabio maya de buscar un signo maya que equivaliera fonéticamente al español y cuando lo obligó a agregar una frase completa, el sabio escribió dos palabras: NO QUIERO
Así, en 1562, el sabio maya inauguró la pedagogía y la literatura de la resistencia
Ahora bien. Escarmentar es imponer castigo provocando daño físico o moral. Se impone cuando se pretende corregir con rigor, cuando se quiere sentar precedente.
Lo que llama la atención es que quienes suelen profesar el rigorismo, casi siempre son aquéllos que adolecen de la falta de congruencia entre su palabra y su accionar, son los personajes inventariados en el capital activo de los violentos, seguidores de Maquiavelo pues comulgan con el paradigma de que más vale engendrar miedo que no respeto. Y entre sus especímenes se encuentran los autoritarios, esos que disfrutan regodeándose en su mandonismo y viven extraviados en el frenesí de su ignorancia y furia, tocando siempre los bordes de la locura.
A la pedagogía del escarmiento pertenece la época de la expresión temeraria la letra con sangre entra o cuando los padres solían decir a los maestros “aquí le entrego a mi hijo, si el cuerito me regresa el cuerito le recibo”. Tiempos en que los docentes hacían escarmiento en los alumnos que no cumplieran con el aprendizaje o memorización de temas, imponiéndoles unas enormes orejas de burro y exponerlos al escarnio de la sociedad exhibiéndolos en los balcones que daban a la calle.
Hubo muchos profesores que en sus alumnos desahogaban sus frustraciones. Las aulas eran convertidas en escenarios de tormentas. Cualquier pretexto se esgrimía como razón para justificar sus arrebatos y, como en la frase clásica, golpeaban con furia al que se movía, al que no se movía y al que se hacía el disimulado.
(La obra de teatro de Robert Althayne titulada “La Educastradora”, se estrenó en nuestro país en 1977. Ese mismo año se presentó en el teatro del IMSSS de nuestra ciudad, con la actriz Vilma González, quien representó a una maestra con carácter autoritario. La producción teatral constituyó una aportación didáctica que invitaba a la reflexión a quienes ejercíamos la profesión del magisterio. En ella se aprecia a plenitud la aplicación de la pedagogía del escarmiento.)
Sin embargo, como dice el refrán, no todo el monte es de orégano. También existieron los maestros que supieron entender que estaban ahí para educar, maestros que supieron ser los precursores de la educación fincada en el imperativo ético del respeto a la dignidad de sus alumnos. Esos maestros han trascendido en la geografía y el tiempo de la educación de los hombres; los otros, se perdieron en el olvido y se han quedado sin rostro.
Pero, ¿qué diferencia hay entre ese escarmiento aplicado en el pasado y el que se aplica en el presente?
Quedan aún resabios de ese pasado vergonzoso. Hay docentes que siguen obedeciendo patrones de conducta profesional ya superados. Sólo que ahora la agresión física se ha suplantado por la agresión moral traducida en la palabra ofensiva, el reto, la amenaza. Hay docentes que con arrogancia mantienen una calificación reprobatoria, sólo por el disfrute que le proporciona el fracaso del alumno que se atrevió a desafiar su soberbia autoritaria.
Sí, docentes que necesitan justificar su degradación imponiendo mordaza a los educandos. Les dan su escarmiento y luego, con el cinismo digno de un Rasputín aldeano, disfrazan sus propias carencias con una apología que induce a la conformación de educandos domeñables. Todo a golpe de intimidación.
Pero esta pedagogía la podemos apreciar en todos los ámbitos. En la política a los adversarios se les difama, se les intriga, se les induce incluso a su propio suicidio. Si es en el ámbito sindical, lo imaginario que constituye esa aventura de promesas y confusiones queda finalmente circunscrito a un causiescalafón aplicado por un círculo de notables que ven las cosas de revés. No aspiran a conformar grupos, sino a aglutinar masas, pretenden los cambios no en las actitudes, sino en la verborrea huera y en las rutinas desencadenadas, sin variantes, salvo aquellas marcadas por sus delirios.
Todos hemos sido testigos, alguna vez, de la forma como suelen instruir. Lo hacen como si estuvieran expidiendo algún boletín oficial. Y aquél que no se someta a la castración de la conciencia, lo convierten en damnificado de sus embates irracionales.
Y así vamos caminando todos juntos en este inacabable ritornello de la historia. Todos estamos en la jodienda del escarmiento. Pero recordemos que en la lid contra la pedagogía del escarmiento no hay victorias irreversibles. Impulsar una pedagogía de respeto a los otros y hacer vigente el derecho a la legalidad son batallas permanentes.

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