viernes, 25 de octubre de 2013

Juliette Binoche y los años de horror de Camille Claudel

Binoche en su papel de Claudel
 
 
 



25 de octubre de 2013
Reportaje Especial. Proceso.

Activa emprendedora de grandes retos cinematográficos, la actriz francesa Juliette Binoche se refiere en entrevista al último de ellos, representando a la artista plástica Camille Claudel (1864-1943), musa del escultor Auguste Rodin (1840-1917) para la cinta Camille Claudel, 1915. Ese año ella ya no estaba con Rodin. Binoche celebra que el filme de Bruno Dumont aborde por primera vez el final de Camille, abandonada a su suerte en un hospital psiquiátrico por familiares, entre ellos su hermano el poeta Paul Claudel (1868-1955), quienes jamás aceptaron su amasiato.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La polémica escultora Camille­ Claudel, más conocida por haber sido musa y amante del también escultor Auguste Rodin, es recreada por la célebre actriz Juliette Binoche en el largometraje Camille Claudel, 1915, del destacado Bruno Dumont, justo cuando la artista plástica llevaba dos años internada en el manicomio de Montdevergues.
Vía Skype desde el sur de Italia, donde se encuentra rodando (mantiene en secreto cuál filme), Binoche defiende esta película de Dumont:
“Así es como esta historia debía ser contada. El tiempo que Camille pasó en el psiquiátrico, casi 30 años, nunca había sido abordado. Es una historia importante que debe ser relatada porque en esa época las mujeres tenían que pelear por su derecho a ser artistas. A veces lo pagaban con la vida.”
Camille Claudel, 1915 muestra la soledad de la escultora y el odio hacia Rodin, así como su temor a ser envenenada por este creador en el hospital a donde fue enviada por su madre, Louise, sin permitirle visita alguna; sólo fue a verla una vez su hermano, el dramaturgo, poeta, ensayista y diplomático Paul Claudel.
Al final de la cinta se resalta que Camille Claudel murió el 19 de octubre de 1943, a los 79 años, y fue enterrada en una fosa común, sin que a la fecha haya sido encontrado su cuerpo.
Distribuida en México por ND Mantarraya, la película se proyectará en el Undécimo Festival Internacional de Cine de Morelia, que se efectuará del 18 al 27 de octubre, y se estrenará en los cines del país el viernes 25.
Juliette Binoche, ganadora de un Oscar por El paciente inglés, de Anthony Minghella, relata que a sus 16 años leyó un libro acerca de la artista y empezó a sentirse fascinada con su vida y su genialidad:
“Genialidad que puede apreciarse cuando uno ve sus esculturas. Supo plasmar todo su espíritu en su trabajo, y eso es algo difícil de lograr y complicado de describir. Sus esculturas inspiran. Bueno, así es como me siento cuando veo sus esculturas. Un día llamé al director Dumont y le dije que estaba interesada en trabajar con él, ya que me gusta su trabajo y uno debe expandir sus horizontes.
“Así fue como él pensó en mí para hacer el papel de Camille. La verdad es que no me sorprendió porque ya habíamos estado hablando sobre la vida de la artista, lo importante era pensar en cómo se iba a contar la historia y cómo se iba a crear el personaje.”
Camille Claudel, 1915 se estrenó en la edición 63 del Festival Internacional de Cine de Berlín, organizado del 7 al 17 de febrero pasado. También actúa Jean-Luc Vincent; pero Dumont no utilizó actores profesionales para interpretar a los internos, sino discapacitados auténticos.
–¿Qué significa para usted recrear a esta gran artista, sobre todo en la situación en la que se encontraba en 1915?
–Fue todo un reto. Es verdad que la autora de la escultura El vals padecía un desa­juste mental, neurosis, depresión… Ahora es diferente, porque si Camille hubiera vivido en estos tiempos hubiera podido ser ella misma y no vivir en silencio, por eso es importante sacar a la luz esta parte de su vida, para que sirva de ejemplo.

Más espiritual que Rodin

Binoche, nacida el 9 de marzo de 1964 en París, Francia, ha trabajado con destacados directores, como Krzysztof Kieslowski, Louis Malle, Michael Haneke, Jean-Luc Godard, Olivier Assayas, Abbas Kiarostami, Jean-Marie Leos Carax y David Cronenberg (Proceso 1802). También es intérprete de danza contemporánea y pintora.
–Como pintora, ¿está satisfecha con la visión de Bruno Dumont sobre Camille Claudel?
–Su visión es mi visión. El actor puede tener una posición, y es válido; pero si el actor va por otro camino, entonces no podría haber una visión en sí misma. Al final debe haber una conexión. Eso es lo maravilloso del cine, a veces es algo loco, mágico. Así que no puedo dividir mi perspectiva de la del director.
–Además del guión que escribió Dumont, ¿en qué más se inspiró para actuar este personaje?
–Bueno, para empezar no tuve el guión. Fue algo así como una situación a ciegas; aunque ya sabía mucho acerca de la vida de Camille. El día que me dijo Dumont que leyera el guión, le comenté que filmar una película sobre ella sería difícil, así que le pedí que mejor me contara de qué trataba el largometraje. Un día fuimos a comer juntos y durante la comida me platicó: “En la primera escena pasa esto… en la segunda escena pasa lo otro…”. Así lo hizo con cada una.
“En ese proceso, la supervisora del guión estuvo ahí, y a veces las escenas las modificábamos un poco. Una vez ella me dijo: ‘Quiero que escribas palabras que pienses que Camille diría en ciertas escenas, desarróllalas e improvisa a partir de ellas’. Entonces le expuse: ‘¡Espera un minuto! Mi vida ha sido diferente a la de Camille, yo nací en un lugar diferente, mis padres eran diferentes a los de ella’. Pero siguió insistiendo, así que después de leer las cartas de Camille logré entrar un poco más en su mente.”
–¿Fue ya más fácil su personaje?
–Le propuse a la encargada del guión y al director que eligieran algunos extractos que quisieran que yo desarrollara, y me los enviaron. Me pidieron que los desarrollara con mis propias palabras. Los escribí y cuando se los mostré me dijeron: “Espera, aquí te faltó esta expresión, esta palabra…”. Les señalé: “¿Pero cómo pretenden que diga las palabras exactas que Camille dijo? Sería más bien improvisar”, y me contestaron: “Eso es exactamente lo que queremos”.
“Es más bien una película silenciosa. Se trabajó con la expresión corporal y los gestos. Recuerdo cuando filmamos la escena en donde Camille está con el doctor en el manicomio cuestionándole cuándo iba a salir de ahí. Hicimos como cuatro o cinco tomas. Al final el director dijo: ‘No es lo que quiero, no estás improvisando’. Y le mencioné: ‘Pero estoy haciendo todo lo que me has pedido, y estoy entregada completamente al personaje’. Me indicó que siguiéramos intentando, al final de la semana quedó esa toma.
“En la segunda escena donde se encuentra Camille con su hermano, el director soltó todas las páginas del guión y fue todo improvisado. En algunas escenas me sentí un poco humillada, lo cual no fue nada bueno, y después me di cuenta de que esa era la intención para que floreciera en mí la esencia de Camille (ríe). Pero en general fue una filmación bastante armoniosa.”
–¿Cómo es recordada Camille Claudel en Francia?
–Es un personaje muy conocido y recordado por la gente. Se sabe todo lo que pasó en su vida, su dolorosa muerte y los 29 años que estuvo internada en un psiquiátrico. Debo destacar que hubo un momento en el que se pensaba que ella había muerto más joven; pero después se supo que pasó gran parte de su vida en silencio en el manicomio. Su hermano la visitó, pero su madre y su hermana nunca lo hicieron.
“Queda la pregunta: ¿Por qué jamás logró salir si fueron muy pocas veces las que entraba en crisis? La mayoría del tiempo era una mujer muy tranquila; al estar internada se volvió muy espiritual, se encerró en sí misma y guardó silencio para no darle la razón a nadie sobre su supuesta locura.”
–¿Qué opina sobre la vida de Camille en el manicomio?
–Creo que fue horrible.
–En las publicaciones sobre la vida de Camille casi siempre se concluye que enloqueció cuando se dio cuenta de que Rodin nunca se casaría con ella…
–Fue muy compleja su relación amorosa, pero su situación va más allá. Ella siempre quiso ser una artista independiente. Era verdad que Rodin fue su inspiración, además de que él era mucho más grande que ella. Él fue su maestro, y claro que se puede ver la gran influencia de Rodin en el trabajo de Camille.
“Sin embargo, pienso que era mucho más espiritual que él. Es decir, ella trabajaba más el interior y plasmaba su espíritu.”

Un espíritu libre

El amor de Camille Claudel por Auguste Rodin nunca tuvo aceptación, refiere la actriz Juliette Binoche.
“Por eso su familia la rechazaba, por la vida que llevaba. Camille vivía su amor con Rodin sólo en el estudio, pero afuera no existía eso, no podía vivir libremente toda la pasión que sentía por él. En una carta que le escribe a su hermano, le menciona que tuvo algunos abortos, no sé cuántos, pero sí más de uno. Su familia era muy católica. Incluso su hermano, mientras ella era un espíritu libre, incomprendido en aquella época.
“Camille empezó a sentirse aprisionada por su familia y por el amor que le tenía a Rodin. Hay una escultura que ella hizo, donde hay una mujer que es la misma Camille de rodillas, implorando a otra imagen, que es Rodin. Se titula El abandono. Y creó otra donde se puede ver a una persona mitad ángel y mitad demonio que representa a la esposa de Rodin, Rose Beuret, quien se está llevando a Rodin, se llama La edad madura.
“Ésta última obra les impactó tanto a los críticos de la época que querían ponerla en exhibición; pero cuando Rodin la vio, canceló la muestra. Rodin no quería ser expuesto de esa manera, él quería salvar su reputación. Obviamente eso destruyó a Camille, entró en crisis por toda aquella frustración. Para mí ese es justo el momento en que Camille perdió el control. Y nunca se lo perdonó a Rodin.”
–¿Cree que él la usó?
–Todos nos usamos, de alguna manera…
“Rodin usó a Camille y ella también lo hizo con él. Era parte del trato. Aunque Camille era muy capaz y muy independiente. Ella aprendió mucho de él y trabajó en su estudio, conoció a gente importante, sólo que llegó un momento en que ella sintió que no se le daba crédito por todo lo que había aportado para el trabajo de Rodin.
“Sus manos y sus pies estaban plasmados en Las puertas del infierno y en muchas obras más en donde Camille fue la musa de Rodin. Obviamente, llegó un momento en el que ella empezó a reclamar todo eso.”
–En el filme se observa a su hermano, el escritor Paul Claudel, como un religioso devoto; sin embargo, no tuvo la sensibilidad de sacarla del manicomio, a pesar de que el doctor también le dijo que ella ya podía valerse por sí misma. ¿Qué opina?
–Su hermano era una persona muy devota de su religión, pero esto debe analizarse desde diferentes circunstancias. Hay que saber que su hermano viajó mucho, vivió en diferentes partes del mundo, como Alemania, Japón, incluso en Estados Unidos, en Boston. Ellos estaban muy unidos, pero con las distancias, Paul no supo cómo fue que Camille empezó su relación con Rodin y, peor aún, Camille nunca le contó.
“Eso fue un duro golpe para Paul, ya que se sintió traicionado por su hermana. Creo que Paul no supo cómo reaccionar a sus sentimientos, por un lado su religión le decía que la vida de Camille estaba llena de pecado, y por otra parte sentía un gran cariño hacia ella. Él siguió fiel a su religión.”
Binoche finaliza:
“Todo eso fue un gran escándalo para esa época.”

viernes, 18 de octubre de 2013

Alice Munro, la historia de la gente sin historia


Alice Munro
 



José Emilio Pacheco

Para Enrique González Rojo en sus 85

 

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Excepto para quienes hemos vivido allí y tenemos hijos canadienses, el nombre de Canadá evoca en la imaginación mexicana una vastedad hermosa pero informe, llena de lagos, bosques y montañas, habitada por sombras que no sabemos definir. Para el niño Amado Nervo, como escribió después en un cuento, “el dominio del Canadá” tenía algo demoniaco, era una especie de monstruo cuyo solo nombre aterraba. En la época del cine de episodios y el apogeo de las historietas, Canadá era sobre todo la Policía Montada que triunfaba siempre sobre los indios y los bandoleros.

Entre las sorpresas del salinismo figuró la de enterarnos que también nosotros éramos norteamericanos al mismo título, aunque no con la misma riqueza, de los Estados Unidos y Canadá. Entonces apareció ante nuestros ojos como un gran territorio casi despoblado, lleno de oportunidades de progresar y abierto como ningún otro a los emigrantes. Toronto, por ejemplo, se nos reveló como una gran ciudad con todas las ventajas pero sin los problemas que agobiaban a sus semejantes de los Estados Unidos. Los mexicanos, que imitamos todo, jamás pudimos adoptar su sistema de transportes que conecta el Metro con los autobuses e impide las feroces congestiones. Por desgracia, cambió las cosas el neoliberalismo que entró en este continente con el primer misil lanzado contra el Palacio de la Moneda. Tiempo después apareció la violencia en las maravillosas ciudades junto a los grandes lagos y los grandes ríos, y la frontera se convirtió en un muro impenetrable.

 

Entre los lagos y las islas

 

El pasado 10 de octubre se hizo justicia a la gran escritora Alice Munro y se dio al Canadá de lengua inglesa su primer Premio Nobel. (Saúl Bellow, que lo obtuvo en 1976, nació en Quebec pero realizó toda su carrera en Chicago y pertenece a la literatura de los Estados Unidos.)

Alice Munro, quien había anunciado su retiro en 2012 con la publicación de Dear Life (Mi vida querida), uno de sus mejores libros, no es una escritora mediática. Vive entre Clinton, Ontario, cerca del lago Hurón, y pasa algunos meses en Comox, en la isla de Vancouver, en la Columbia Británica. Rara vez sale en televisión o da entrevistas. No opina sobre lo que no sabe ni descalifica a otros escritores. Su única tarea es narrar, convertir en obras universales las historias de la gente sin historia. La mayor parte de sus cuentos han aparecido en The New Yorker gracias al genio editorial de Maxwell
Taylor. Él le consiguió el privilegio de una anualidad a cambio de darle la primera opción sobre toda su obra.


 

Chejov de los grandes lagos

 

Cynthia Ozick fue tal vez la primera en compararla con Chejov: “Ella es nuestro Chejov y va a sobrevivir a la mayoría de sus contemporáneos”. En cambio Harold Bloom le negó la eminencia de Hemingway, Faulkner, Eudora Welty, Flannery O’Connor y John Cheever, y la relegó a “los autores de segundo orden”, brillante compañía en la que figuran Nabokov, Sherwood Anderson, Bernard Malamud, John Updike, Ann Beattie, Raymond Carver y la propia Ozick. Sin embargo en la introducción de Cuentos y cuentistas: el canon del cuento Bloom la cita en primer lugar entre “las ausencias lamentables”.

La calidad de sus cuentos le ha dado sin prisa ni pausa un prestigio casi universal que se confirma en cada uno de sus libros. Contra la polémica que siempre rodea al Nobel, ella ha sido aceptada con verdadera alegría por los escritores y por los lectores que hoy pueden opinar a través de los medios electrónicos.

A diferencia de las superestrellas contemporáneas, Alice Munro no tiene más biografía que sus propios libros. Hija de una familia presbiteriana de origen escocés, nació en 1931 en Whinghan, un pueblo de Ontario, y en plena Depresión. Su padre tenía una granja de armiños y visones, así que desde niña pudo darse cuenta de la brutalidad que implica la existencia. Amó la naturaleza, entonces casi intacta, y de su madre heredó la afición por la lectura y por las narraciones orales en largas noches de invierno.

Como todos, escribió lo que leía, primero una novela infantil inspirada por El último mohicano, y luego una novela de amor salvaje, fruto de la conmoción que le causó Cumbres borrascosas. Mientras estudiaba en la universidad gracias a una beca para pobres, el esfuerzo bélico de Canadá para aplastar a los ejércitos de Hitler cambió la economía del país. Llegaron a él la riqueza y las primeras manifestaciones del consumismo.

Alice Clarke Laidlow, su nombre de soltera, se casó en 1951 con James Munro y aceptó, como casi todas las mujeres de la época, su papel de esposa, madre y ama de casa. El matrimonio se trasladó a Victoria, en la isla de Vancouver, donde abrió una librería y nacieron sus tres hijas.

De noche y en el alba logró escribir su primera y única novela: Lives of Girls and Women, que muchos consideran un tomo de cuentos entrelazados. Comprendió que sin el cuarto propio que reclamaba Virginia Woolf y la energía que se requiere para sentarse varias horas diarias a la máquina en vez de consagrarlas a las fatigosas y efímeras labores de la casa, le era imposible ser novelista. En 1972 se divorció y regresó a Ontario.

Halló que el mundo de su niñez y adolescencia había desaparecido y que su propia gente la veía con desconfianza por ser escritora y divorciada. En 1976 se casó con Gerald Fremlin, muerto a comienzos de este año, y desde entonces ha vivido en Clinton, otro pueblo de su provincia natal. Halló el cuento como su vehículo ideal para desarrollar su vocación. Esto también significaba ir a contracorriente pues en la posguerra el género había perdido el lugar central que tuvo en años anteriores.

 

Las aventuras del cuento

 

El cuento es el más antiguo y el más nuevo de los géneros literarios. La narración es ancestral y es inmortal. Gran parte de la vida consiste en contarnos historias unos a otros aunque jamás hayamos abierto un libro. De pequeños, niños y niñas tienen una avidez inmensa por los cuentos al grado que hacen repetir al infinito sus predilectos.

Sin embargo, el cuento literario aparece con la Revolución Industrial. No se explica sin las grandes ciudades, sin el ferrocarril, sin el auge de la alfabetización indispensable para hacer de los campesinos obreros especializados, sin la lámpara de gas que permitió la lectura solitaria y silenciosa y sin la aparición de la pluma metálica que aumentó la velocidad de la escritura.

Se difundió gracias a su gran aliado, el tren. Fue una manera ideal de ocupar las horas muertas del viaje. Las primeras revistas que ya adquirieron un formato distinto del libro se llamaron “magazines” porque, como en las tiendas departamentales, uno podía optar por muchas cosas y entre ellas figuraba, en primer término, un cuento.

Ya en el siglo XX escritores como Faulkner y Scott Fitzgerald vivieron no de sus novelas sino de los cuentos que les pagaban espléndidamente las revistas populares. Los libros en que más tarde, para fortuna nuestra, los reunieron no producían las utilidades que esperaban sus editores y se difundió la falsa idea de que un libro de cuentos no se vende, al menos no tanto como una novela. Lo equivocado de esta creencia se demuestra con el hecho incontrovertible de los cientos de miles de ejemplares que han vendido y siguen vendiendo El Llano en llamas o las Ficciones de Borges.

Para hacer más sombrío el panorama, en los primeros años de su trabajo Alice Munro encontró una nueva competidora: la televisión, que en sus inicios saqueó inmisericordemente los cuentos. Nadie se imaginaba entonces otras formas hoy omnipresentes de narración que ha hecho posible la electrónica. Por otra parte, los guionistas de las series difundidas en todo el mundo han creado un nuevo género y a él se consagran quienes antes hubieran escrito cuentos, piezas de teatro y aun guiones de cine. Es lástima que este impulso no llegue aún a las telenovelas.

 

El cuento eterno de la humanidad

 

Muchas protagonistas de Alice Munro no son malas ni buenas, se sienten oprimidas por el bienestar que les dan sus maridos con sus trabajos de nueve a seis, a cambio de someterse a un modelo exteriormente impuesto y hecho para reproducirse al infinito. Un día huyen de ese porvenir garantizado y se entregan a la incertidumbre de la aventura. Ya no son Emma Bovary ni Anna Karenina que pagan con el suicidio la culpa del pecado; no obstante, sienten remordimientos porque saben que al liberarse de su asfixia hacen un gran daño a quienes en modo alguno hubieran querido causar dolor.

Casi todos los libros de esta autora pueden leerse en español: El progreso del amor, Amistad de juventud, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, Escapada, Demasiada felicidad, Mi vida querida. Forman la biografía tan real como imaginaria de una mujer que es y no es su autora, una vida observada sin piedad desde la niñez hasta la ancianidad. Revelan que en lo ordinario de nuestras vidas está oculto lo extraordinario y lo irremplazable. La historia de la gente sin historia puede ser el más asombroso de los cuentos, el cuento eterno de la humanidad y el privilegio de estar vivos por un instante en el viaje de la nada a las tinieblas

 


martes, 15 de octubre de 2013

Uno a uno todos nos iremos





Uno a uno…

Todos nos iremos borrando,

y no quedará recuerdo alguno.

 

Como plumaje de Quetzal…

nos desgarraremos.

 

Como piedra preciosa de jade…

nos romperemos.

 

Todos nos fragmentaremos,

como copas de cristal ante la muerte.

 

Y solo quedará incólume el eterno rostro,

el corazón verdadero de nuestros Viejos Abuelos.

 

Ya se han ido, ya han partido al lugar de los descarnados.

Mi padre y mi madre, mis amigos y mis admirados.

 

Ya tizna la blancura mis sienes,

mi gente ya se ve cansada y mi hijo se hace hombre.

Mañana partiremos y se borrará nuestro rostro y nuestro nombre.

 

Nadie se acordará de nuestras flores y de nuestros cantos.

 

¿Acaso viviremos en la tierra del Señor de la Muerte?

¿Acaso ni ahí tendremos rostro? ¿Seremos noche, seremos viento?

Como niebla blanquecina vagaremos en la noche.

 

Lo único verdadero es el recuerdo de nuestros Viejos Abuelos.

Lo único que no muere son sus flores y sus cantos.

Lo único que permanece indemne es su recuerdo.

Lo único que se mantendrá invulnerable es su legado.

Lo único que sobrevivirá al tiempo será su obra.

 

Uno a uno todos nos iremos borrando ante la muerte

y los Viejos Abuelos permanecerán incólumes como

Mitla y Monte Alban.

 

www.toltecayotl.org

sábado, 5 de octubre de 2013

Maqroll-Mutis, Mutis-Maqroll




Columba Vértiz de la Fuente entrevista al escritor Álvaro Mutis
Semanario Proceso. 28 septiembre 2013

 
El escritor Álvaro Mutis aceptó que el marinero Maqroll, creado por el mismo desde muy joven, le dio la fama internacional.

El año pasado, al acercarse su cumpleaños 89, la revista Proceso intentó, vía telefónica, pactar una entrevista con el también poeta. Dijo que no podía, aunque con su voz peculiar de locutor propuso que se le preguntara en ese momento. Aclaró que disponía de poco tiempo.

En seguida se le comentó que si bien ya había escrito novela desde los setenta, se decía que con la publicación en 1986 de la primera obra de Maqroll el Gaviero, la nieve del almirante empezó a ser más conocido mundialmente:

“Sí, comenzó bien su camino Maqroll. Me lo encontré cuando apenas tenía 18 años y me acompañó con gran fidelidad todo el tiempo.”

Se ha escrito que el hombre de la gavia, que protagoniza siete de sus novelas, aparece en los primeros poemas del autor, y que se apareció claramente en la obra de poesía Los elementos del desastre (1953).

–Para usted, ¿qué significado tiene que Maqroll sea un marinero?

–Es un marinero porque a mí me gusta mucho el mar y viajé mucho por mar. Mi padre era diplomático en Bélgica y cuando íbamos a Colombia siempre era por barco. Era muy divertido y además aprendí mucho porque hacia amistad con toda la gente que trabajaba en los barcos. Siempre me bajaba a la sala de máquinas. Desde entonces me atrapó el mundo del mar.

–¿Fue difícil crear a Maqroll?

–No, no… Se me ocurrió muy joven, y como no era creíble que un chico hablara de temas como la muerte, la soledad y la nostalgia, pensé que era mejor que lo dijera un hombre adulto, iba a ser más creíble, y por eso inventé a este personaje, un marino que conoce muchos lugares y a mucha gente, además pasa por situaciones difíciles. Era una necesidad de poner en boca de un tercero experiencias y situaciones muy intensas y tremendas.

–Entonces, ¿para que el lector le creyera al personaje debía viajar siempre?

–Sí. El que no se instale en ningún lugar tiene que ver mucho conmigo. Yo nací en Bogotá, a los dos años viajamos a Europa, después regresamos a Colombia. Yo no sabía si mi mundo estaba en Europa o en Colombia, después la vida se encargó de complicar más las cosas y tuve que viajar muchísimo por los diversos trabajos que tuve. Esto me dio la idea de que también Maqroll fuera un hombre sin ningún asentamiento propio.

–¿Maqroll es biográfico?

–Tiene mucho de mí, pero también mucho de él mismo. Cuenta con su propia personalidad, un carácter y un pasado. No soy yo. Él es muy diferente, hace cosas que yo nunca haría.

–Maqroll constantemente está luchando y litigando, parece anhelar la llegada de la muerte, ¿no es así?

–Yo no diría eso. Él lo que hace es ir hasta el final de la experiencia en la que se aboca. Quiere saber cuál es el final de todo eso. En el final está, naturalmente, la muerte. Por eso en muchas ocasiones se encuentra su vida en peligro, pero no porque tenga la intención de jugar con la muerte o buscar la muerte, al contrario, es por amor a la vida que él quiere ir hasta el final de las experiencias.

–¿Está satisfecho con Maqroll?

–Sí, totalmente… Me ha dado mucho…

Después de La nieve del almirante, publicó Ilona llega con la lluvia (1988), Un bel morir (1989), La última escala del Tramp Steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1991) y Tríptico de mar y tierra­ (1993).

El autor también publicó Summa de Maqroll el Gaviero (poesía), Contextos para Maqroll y Caminos y encuentros de Maqroll el Gaviero (ensayo).

–El gaviero lee, ¿qué opina de la literatura mexicana?

–Qué es una literatura muy madura. Ya desde la época de la Colonia tiene México un poeta de tamaño universal que es sor Juana de la Inés. Hay una tradición literaria mexicana muy sólida. Cuando llegué a México (1956) y tuve el gusto de conocer a Octavio Paz y a Carlos Fuentes (trabajaban entonces en la Secretaría de Relaciones Exteriores), empecé a platicar con ellos sobre mis lecturas mexicanas y me di cuenta de que estaban muy conectados con esa tradición literaria.

–¿Qué autores mexicanos destacaría?

–Antes de venir a México, ya había leído algunos cuentos de Carlos Fuentes y El llano en llamas, de Juan Rulfo, que me impresionó muchísimo, después me pasó lo mismo con Pedro Paramo. La aventura y la amistad con Rulfo fue toda una experiencia. Lo admiré muchísimo. La estructura de su narrativa es muy moderna. A Fernando Botero lo hice leer a Rulfo, quien fue un gran escritor y un gran conocedor de los clásicos españoles. Desde luego la poesía de Octavio Paz y su obra crítica me parecen fundamentales.

–Para usted, ¿qué diferencia hay entre escribir poesía y novela?/

Debe irse. Sin embargo, continúa:

“Son dos mundos. En el caso del poema van presentándose ciertas imágenes y me siento a escribirlas al instante. Si es necesario lo reescribo mil veces. Respecto a la novela, me siento a escribir sólo cuando ya tengo definidos muchos de los episodios y la estructura en general. Aunque cada vez que hago una novela, en cierta forma, estoy desarrollando un poema.”

–¿Su obra es muy personal e intimista?

–Cuento lo que creo que a la gente le puede interesar sobre mi vida, pero no es una literatura intimista, ni intento hacer novela psicológica ni hacer poemas políticos o con fines de protesta, porque nunca he votado, no he pertenecido a ningún partido, no me gusta la política.

–¿Por qué?

–Me parece una pérdida de tiempo. Hay muchas cosas más importantes en la vida que seguir la rutina y pequeña ambición de unos hombres que quieren una cuota de poder en el Estado.

–¿Qué le dice el poder?

–Que es una de las trampas y alucinaciones más lamentables en que puede caer el hombre…

Despidiéndose, promete:

“Hábleme otro día.”