domingo, 27 de noviembre de 2011

Poema de La Despedida




José Ángel Buesa

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Regla ortográfica





En español, el plural en masculino implica ambos géneros. Así que al dirigirse al público NO es necesario ni correcto decir "mexicanos y mexicanas", "chiquillos y chiquillas", "niños y niñas", etc., como el ignorante del Ex Presidente Fox puso de moda y hoy en día otros ignorantes (políticos y comunicadores) a nivel nacional por TV continúan con el error, inclusive el Presidente Calderón.

Decir ambos géneros es correcto, SÓLO cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: "mujeres y hombres", "toros y vacas", "damas y caballeros", etc.

Ahora viene lo bueno: Detallito lingüístico ¿Presidente o presidenta?
Aprendamos bien el español y de una vez por todas:
NO ESTOY EN CONTRA DEL GÉNERO FEMENINO, SINO DEL MAL USO DEL LENGUAJE. POR FAVOR, DÉJENSE YA DE INCULTURA, DESCONOCIMIENTO U OCURRENCIA: ¿Presidente o presidenta?

En español existen los participios activos como derivados verbales: Como por ejemplo, el participio activo del verbo atacar, es atacante; el de sufrir, es sufriente; el de cantar, es cantante; el de existir, existente; etc.

¿Cuál es el participio activo del verbo ser?: El participio activo del verbo ser, es "ente". El que es, es el ente. Tiene entidad. Por esta razón, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega la terminación 'ente'.

Por lo tanto, la persona que preside, se le dice presidente, no presidenta, independientemente de su género.

Se dice capilla ardiente, no ardienta. Se dice estudiante, no estudianta. Se dice adolescente, no adolescenta. Se dice paciente, no pacienta. Se dice comerciante, no comercianta...

Un mal ejemplo sería: La pacienta era una estudianta adolescenta sufrienta, representanta e integranta independienta de las cantantas y también atacanta, y la velaron en la capilla ardienta ahí existenta.

Es siempre bueno aprender de qué y cómo estamos hablando.

Pasemos el mensaje a todos nuestros conocidos latinoamericanos, con la esperanza de que llegue a los Pinos para que esos ignorantes e iletrados hagan buen uso de nuestro hermoso idioma.


Atentamente,

W. Molina
Licenciado en Castellano y Literatura
(y no en Castellana y Literaturo)

viernes, 18 de noviembre de 2011

ENTREVISTA CON ELENA PONIATOWSKA*




¿Qué es para ti la literatura? ¿Es una friega?

Efectivamente yo te dije que la literatura es una friega en cierta ocasión que hablamos por teléfono. Sí, hay un gran trabajo detrás del acto de escribir, pero no sabría hacerte una gran disertación sobre la friega que es la literatura.


¿Qué opinas de la transformación de escritores y artistas en bienes nacionales?

¡Ay, qué pregunta! No me habías dicho antes que me ibas a preguntar eso. —¿Se refiere a la actitud que el gobierno asume con un escritor que apenas destaca?— Cuando tú me hablas de eso, yo pienso inmediatamente en Rosario Castellanos, a quien el gobierno primeramente la hizo embajadora en Israel, la hizo obviamente embajadora por sus méritos como escritora. Al morir la asumió porque la hizo parque público. El gobierno se la tragó, como se traga a la gente que en cierta manera destaca. Esto se vio sobre todo en tiempos de Echeverría. Este presidente llamó a raíz del 68, cuando él estaba en el poder, a todos los disidentes o posibles disidentes a Los Pinos, y allí tenían su equipal y su agua de chía. Yo recuerdo haber visto allí a Heberto Castillo. Yo sólo fui a Los Pinos una sola vez, a ver una película de Rulfo que se llamaba No oyes ladrar a los perros del francés François Ranchsembach. Sí hubo una captación de parte del gobierno de los escritores o los intelectuales, un poco para neutralizarlos o para limarles las uñas: como están más cerca, les pueden limar sus garras para que los ataquen menos. No creo que los escritores se conviertan en bienes nacionales. Hay escritores que como José Vasconcelos, Daniel Cosío Villegas, pidieron específicamente no estar en la Rotonda de los Hombres Ilustres.


¿Alguna vez has evangelizado a gorilas?

No recuerdo haber dicho eso antes.


Sí, lo dices en la página 91 de De noches vienes.

No sé a propósito de qué era. ¿Acaso gorilas latinoamericanos? No recuerdo a qué se refiere. En este momento la palabra “gorilas” tiene otro significado. Ahora un gorila es un dictador latinoamericano. Obviamente, no se pueden evangelizar.


¿Por qué dices que los mexicanos nunca son puntuales?

Yo nunca soy puntual. Es que me haces unas preguntas tan… ¿Oye, por qué está este foco colgado allá arriba?


¡Es que eso lo dices en tus libros!

Si lo dije es porque efectivamente nosotros los mexicanos no somos puntuales. Los europeos cuando vienen a México, o los norteamericanos se aterran porque creen que algo que va a empezar a determinada hora empieza treinta minutos o sesenta minutos después. Nosotros no tenemos ese respeto por el tiempo del otro, que en otros países sí existe. No lo digo así como si yo no formara parte de esa impuntualidad. Yo soy una parte también, ya que estoy en el mismo barco.


¿Cuál es el deber de un intelectual?

Escribir lo mejor que pueda y hacer su tarea lo mejor que pueda y adquirir un compromiso con lo que se ha propuesto.


¿Qué es la bondad?, porque tú eres demasiado buena.

Ja, ja, ja, no lo sé, es una virtud. No te sabría responder qué es la bondad. Me dejas muy destanteada con tus preguntas. Voy a esperar que el agua que estoy tomando se me transforme en whiskey.


¿Qué es la amistad?

La amistad…¡Ay Margarita, pero qué difíciles preguntas! La amistad es la lealtad que se le tiene a una determinada persona; en las buenas y en las malas. La amistad es un sentimiento parecido al sentimiento amoroso. Hace que dos gentes tengan la ilusión de verse. Si me hubieras dicho que ésas iban a ser las preguntas, me hubiera traído un Larousse.


¿Eres una traidora a tu clase?

Yo no me siento traidora a mi clase. En primer lugar, habría que dejar claro qué significa pertenecer a una clase.


¿Desde cuándo te pasaste al lado de los jodidos?

No me gusta esa palabra, ni la palabra “humillados”, o el término “la clase humilde”, porque siento que es la clase que los demás humillan. Por eso la rechazo. Yo no me he pasado a ninguna clase. Soy una señora privilegiada; en mi bolso tengo billetes de a mil pesos. Traigo un abrigo que atrás la etiqueta dice Jaeger, que me lo compró mi mamá en un viaje que hizo a Londres. Soy una señora que todo traigo; es muy feo que yo estuviera diciendo que algo me hace falta cuando todo traigo en su lugar. Es muy grave fingir una cosa que uno no es. Mi interés al escribir está simplemente en darles voz a los que no la tienen. ¿Por qué esto? Por un sentimiento quizá de culpabilidad que es muy femenino. Este sentimiento sí existe, es parte de la mujer, creo que lo tenía Rosario Castellanos. Ella se sentía blanca en medio de chamulas, se sentía hacendada en medio de gente que iba descalza por la calle, en medio de gente que no comía. Yo también fui una niña que llegué a México después de la Segunda Guerra Mundial, no de la primera. Llegué hija de una mexicana hacendada que se apellida Amor. Soy hija de todos estos hacendados a quienes les quitaron sus tierras en la Revolución: Amor, Escandón, Iturbe. Hija de un señor francés de origen polaco. Por ello, sentí que yo tenía una serie de cosas que otros no tenían, pero eso no es traicionar una clase social.


¿Cuándo te pasaste del lado de los jodidos? No le saques.

No, no le saco. Creo que tú me sobreestimas. Porque el pasarse es pertenecer al PSUM, o pertenecer al partido comunista. Luchar, hacer una vida de constante entrega y de sacrificio que yo no hago.


Pero…

Ay, Margarita, ya no friegues.


¿Qué piensas de la burguesía?

Yo soy burguesa. Pertenezco a la clase burguesa.


En tus libros no lo dices así…

No, pero yo no te puedo decir, por ejemplo, que yo me siento Juana de Arco o alguna cosa absurda. Yo trato de hacer lo mejor posible mi trabajo. Tengo una buena vida, tengo una regadera que funciona, como, desayuno, ceno, tengo todo. Para qué te voy a presumir de lo que no soy. Soy simplemente reaccionaria con buenas intenciones.


Ahora eres tú la que te subestimas. ¿Qué es la represión?

Esta entrevista es una represión.


Todavía me faltan 68 preguntas que hacerte, y todas me las vas a contestar, si quieres.

Sí, todas. La represión es la falta de libertad, la represión es no poder comer, es no poder ir a la escuela, no poder desarrollarse, no poder hacer toda una gama de posibilidades que tenemos en la vida y que deberían tener todos los seres humanos. Reprimidos, por ejemplo, están gentes del Pedregal de Santo Domingo. Desde luego yo creo que no hay represión en esta sala, no la hay en estas luces. Represión, digo yo, es no poder hacer lo que tú puedes desarrollar.


¿Qué es una crónica?

Una crónica es el relato de una serie de hechos.


Les recomiendo ampliamente Fuerte es el silencio, de Elenita Poniatowska. ¿Cuál es tu concepción del arte?

El arte es la belleza, y lo que es la belleza puede considerarse como arte, lástima que no me preveniste, es difícil que yo te conteste así. En este momento yo te voy a hacer una entrevista a ti.


Ah, no, aquí yo soy la que hago la entrevista. ¿Qué es la moral?

¿La moral revolucionaria? ja, ja, ja. Supongo que es el no hacerle daño a la sociedad. Pero no sabría decirte qué es. No me machetié esas respuestas.


¿Qué es el compromiso con la sociedad?

Es difícil decirte con exactitud qué es la moral. Ahora se habla tanto de moral que decir una palabra más sobre moral es inútil, además de inútil es contraproducente. Yo recuerdo a José Joaquín Blanco que se salió de una asamblea del PRI, porque dijo que él ya no quería que le renovaran ni un solo pedacito de moral; él lo que quería era que lo dejaran ser como él quería, que lo dejaran escribir como él quería. La moral es dejar en paz a los demás, hacer lo que ellos quieran y como puedan. Ayudarlos, sí, pero no imponer una serie de principios o de reglas. La moral es nada más no hacerle daño al otro.


¿Qué es para ti la sociedad?

No sabría decirte. Ojalá y fuera yo Monsiváis.


¿Crees, como Jesusa Palancares, que el machismo es la enfermedad de los mexicanos? ¿Y cuál sería la de los europeos?

Me parece que lo del machismo es otro tema. Así como recomendaste anteriormente un libro mío, puedes recomendar que lean a Samuel Ramos. Estos autores podrían hablar con más autoridad que yo. Yo lo único que sé decirte es que en México, sobre todo entre la gente verdaderamente pobre, es la mujer la que carga con el peso de los hijos y de la familia. ¿Por qué? Porque los hombres simplemente hace un hijo y se pelan, se van. Luego de repente llega otro hombre, y le hace otro hijo y se va. Y así las mujeres llegan a tener hasta 7 u 8 hijos que ellas mantienen. El machismo sí es un ausentismo, sí, es un decir: yo no me responsabilizo. Yo hago el hijo porque ésa es una manera de ser hombre, hago el hijo y me voy. Aplastan a la mujer, creo que no sólo la aplasta el hombre, la aplastan otras mujeres y la aplasta la sociedad entera. Es macho el que no deja que otro ser humano que vive junto a él se realice o se logre en la medida de sus capacidades. Ése sí es un machismo muy doloroso. Aquí me remito otra vez a Rosario Castellanos, porque todo eso está en esa carta en el Museo Nacional de Antropología en una especie de decálogo en que dijo que le parecía que no era legal que el hombre tuviera todas las posibilidades de educación y la mujer tuviera que quedarse en casa confinada a tareas rutinarias. Que el hombre tuviera todas las posibilidades de lograr una vida satisfactoria y que la mujer estuviera supeditada a esperar a que los hijos crezcan. Ese machismo sí es terrible y sí existe en México. Ese machismo, pienso, no es sólo del hombre, es de la sociedad en que vivimos, porque hay muchas mujeres complacientes que olvidan todo, dejan su título o sus posibilidades en un baúl y ya no hacen nada y se dedican a la indolencia. Esto es también problema de las mujeres.


¿Cómo escribes tus magníficos cuentos?

¡No son magníficos! Los escribo como puedo. Te puedo decir cómo surgió uno de ellos. Yo vi una vez un cuento que se llama La casita de sololoy. Vi una vez a una amiga mía, peinar a su hija. Vi que estaba muy nerviosa, muy cansada. Le cepillaba el pelo con saña, hasta con furia. Me dolió mucho que la peinara en esa forma. De ahí nació el cuento que es la historia de una mujer que justamente al terminar de cepillar su pelo, de medio levantar su casa —porque vivía en una casa toda tirada; cada vez que abre un clóset se le caen en la cabeza los tenis de todos los niños— sale corriendo destapada de su casa, como queriendo escapar hacia otra vida. Camina a otro barrio que es más rico, encuentra a una amiga de la infancia, se mete a esa casa y se abre ante ella la posibilidad de una vida distinta para ella, incluso de volver a encontrarse a un novio que no la mire con tanta indiferencia o con esa mirada bovina y agresiva con la que la mira su marido. Decide que va a ir a un salón de belleza porque va a ir a una cena invitada por esa amiga. Finalmente regresa a su rutina, a su marido, a recoger los calcetines, a limpiar el aro negro que se hace en la tina, a juntar zapatos. Ese cuento sí nació exactamente de la imagen que tuve de esa mujer que peinaba a su hija con rabia. Otros cuentos a veces nacen de alguna realidad dolorosa o de alguna cosa que se me ocurre o sucede.


¿Dónde transcurrió tu infancia?

Primero transcurrió en París, pero no tengo muchos recuerdos de París. Era una casa enorme, con mis abuelos y mis padres. Mi padre tocaba el piano. Yo no recuerdo haber visto mucho a mis papás, pero sí recuerdo que una vez mi papá puso mis manos encima de las suyas, él tocaba el piano y yo tenía mis manos encima de las suyas. Yo estaba sentada en sus piernas. Recuerdo que otra vez lo vi rasurarse. Al día siguiente me quise rasurar también y me hice esta cicatriz que todavía tengo. Otro recuerdo es el de un viaje que hice con papá a un pueblo de Francia. Mi hermana se fue en tren, porque decían que ella vomitaba mucho en el coche. Para mí ese viaje fue muy angustioso, porque empecé a oír un ruido en el motor, algo semejante a un pajarito. Empecé a pensar que dentro del motor había un pajarito. Fue aterrador pensar que un pajarito estaba girando en el motor y que a la mejor se le estaban achicharrando las alas. Yo no tenía mucha confianza con mis papás, porque los intermediarios eran una institutriz, una nana. Me acuerdo que no hablábamos en la mesa. Una vez durante la comida mi mamá estaba hablando y se le olvidó cortarnos la carne; entonces, no comimos carne. Volviendo a la historia del pajarito, por fin me atreví y le dije: —Papá, hay un pajarito en el motor—. Mi papá me dijo: —Pero claro que no hay ningún pajarito en el motor—. Mi papá era muy francés, de esos que les gusta mucho el kilometraje, ir a determinada hora habiendo hecho determinados kilómetros y cruzar determinadas distancias en determinado tiempo, algo que yo odio. No paró el coche, aunque después paró, abrió el capote y dijo: —Mira que no hay ningún pajarito allá adentro.

De mi mamá tengo el recuerdo de una mujer de una enorme belleza, que tenía vestidos largos; yo veía esos vestidos en el corredor en la noche, cuando venía a decirme buenas noches, cuando se iban a alguna cena. Recuerdo sus pechos que eran muy hermosos y muy blancos y su olor: muy perfumada. No puedo decirte más. Yo viví mucho con mis abuelos. Mi abuelo me enseñó un poco a leer y a escribir, además de matemáticas. Posteriormente me mandaron a la escuela, lo cual me aterró. Después fuimos mi hermana y yo a una escuela comunal, muy estricta, una escuela francesa y ya. Después nos vinimos a México, mi hermana, mi mamá y yo. Nos vinimos en un barco de refugiados, más o menos, que se llamaba “El Marqués de Comillas”; mi papá se quedó en la guerra. Todavía recuerdo mi último pollo en Francia, muy rico.


¿Cómo se escribe una novela?

Yo tengo la fijación del periodismo. Siempre me ha ayudado. Nunca me he sentido realmente ni novelista, ni cuentista, ni pretendo crear; y eso en cierta manera me salva muchísimo, porque yo veo que muchos escritores se pasan las noches refutando a un malvado que los atacó o sufren lamentándose: ¡Ah, yo no estoy en tal antología!

Para mí es una gracia aparecer como escritora, porque todo lo que yo he hecho lo sustento un poco en el periodismo. Para hacer una novela, por ejemplo Hasta no verte, Jesús mío, fui mucho a ver a la Jesusa, investigué mucho, hablé mucho con ella. Y para hacer la novela en la que estoy trabajando ahora, Tina Modotti, utilizo mucho las muletas de la investigación: voy a la Hemeroteca, hablo con mucha gente, hago muchas entrevistas anticipadas o prioritarias a la novela. Después ya me lanzo a escribir, detrás de cada libro hay como mil hojas de investigación y de trabajo. Mi idea no es tanto hacer algo creativo, de gran inspiración, como hacer algo informativo; ah, claro, procuro siempre que esté bello, o lo mejor escrito posible. Procuro un poco decir cosas de mi país. Hay en nuestro país muchos temas que no se han tratado, que no se han dicho; muchas cosas que no se han investigado, incluso que son temas de novela. Por ejemplo el asesinato de Chinta Aznar, que era una mujer yucateca; la encontraron después de un mes, las moscas verdes de la muerte volaban sobre su cuerpo, por allá por la Avenida Insurgentes. Esta mujer era muy interesante y siempre quiso que viniera Alfonso XIII a gobernarnos, porque era la nieta de Luis Gutiérrez y González, uno de los que fueron a traer a Maximiliano. Yo quería hacer algo sobre la reacción mexicana a partir de este asesinato y traerlo hasta el día de hoy.


Tu sabes mucho de literatura. ¿Qué es lo popular?

¿Lo popular? No sabía que eras semejante torturadora. ¿El habla popular? Yo conocí el habla popular justamente cuanto llegué a México, a los 9 años. Sí, a los 9 años, cumplí esos años en el barco. Mi contacto inmediato fue con las sirvientas. Decían “yo vide”, decían “la suidad” y una serie de palabras como “naiden”; ellas hablan de cosas que a mí me parecían mágicas; era seguramente el lenguaje popular. Ese mismo lenguaje lo utiliza Jesusa Palancares; pero, en realidad, no lo usa, porque la Jesusa no habla con el lenguaje popular que se usa en toda la República. Ella dice unas cuantas cosas populares. Fui yo quien metió todo el lenguaje popular que ha oído en toda la República; hay modismos de Guadalajara, hay cosas de muchas partes y también hay cosas inventadas. Cuando a la Jesusa le preguntan cómo era su marido o su novio, dice: —No era ni alto ni chaparro, ni gordo ni flaco, una cosa así “apopochadita”. Uno se pregunta qué es eso de apopochadito. Quién sabe qué será: es algo mágico y es parte del lenguaje popular. Hay muchas descripciones que a mí se me quedaron muy grabadas. Recuerdo que una señora Magdalena, que yo estimaba mucho y que vendía buñuelos, me decía: —No vayas a platicar con aquel hombre, porque platica puras “distancias”—. Como idea poética, es preciosa. Y así había muchas expresiones que quizás si las hubiera oído más tarde cuando uno es mucho menos poroso, entonces no se me hubieran quedado grabadas. En cambio nunca leí Platero y yo, nunca supe del Siglo de Oro Español. Yo tengo una educación espeluznante, totalmente deficiente, porque aquí vine a estudiar inglés. Recientemente fui a dar una conferencia a Harvard. Estaba yo entre puros gongoristas y quevedistas; estaba toda aterrada porque les tenía que hablar de la onda, de popotitos, etcétera, y decía yo: Van a decir que cómo pudieron invitar a esta mujer que confundió Harvard con una discoteca, pero sí es cierto que mi formación es popular. Y para no decir, como dice Margarita, que me estoy minimizando, sí hay en mí una formación francesa, una formación inglesa porque a mi mamá se le ocurrió mandarme a un convento de monjas del Sagrado Corazón. Allí sí nos hacían leer a Shakespeare. En fin, leí un poquito.


¿En la novela está transformada la realidad que vive Jesusa?

Algunos capítulos están totalmente basados en la vida de Jesusa, están tomados incluso de sus palabras, y otros capítulos, no; en ocasiones recurro a fragmentos novelados.


¿Entonces aceptas que es novela?

Sí, es una novela testimonial. Es igual a La noche de Tlatelolco; la que está hecha con la voz de la gente que no tenía acceso a los periódicos ni a los periodistas.


¿Compartes la manera de ver el mundo de Jesusa Palancares? Por ejemplo, no piensa muy bien de los revolucionarios.

Desde luego, si una gente como Jesusa no piensa muy bien de los revolucionarios, pues tiene toda la razón y su testimonio es absolutamente verídico. La Jesusa sí conoció a Emiliano Zapata y yo no lo conocí. Sí conoció a Pancho Villa y yo no; por lo tanto, eso es lo que cuenta.


¿Piensas que si volviera a nacer Emiliano Zapata lo haríamos chilaquil?

No, si no es Jesucristo. No sé qué haríamos con Emiliano Zapata.


¿Crees en la reencarnación, Elenita?

¿En la reencarnación de Emiliano Zapata? Mi abuelo creía que uno se continuaba en sus hijos, en sus nietos. La Jesusa cree en la reencarnación y es una manera de ayudarla en esta vida tan dura por la cual atraviesa, una vida de sobrevivencia, una vida de haber cómo llego de hoy en la mañana a hoy por la noche. Por ello, pensar que antes fue feliz le proporciona felicidad. Así decía: —Ahora me va mal a mí, porque antes fui un hombre malo— o —ahora me va mal porque yo antes fui reina—. Uno quisiera abrazarla y decirle tomándola en brazos: —No, ahora es cuando vas a ser reina−. Eso es muy doloroso.


¿Quién te enseñó a escuchar? Porque tienes muy buen oído.

Mi interés en la vida de los demás. La soledad te enseña a escuchar mucho a los demás, porque siempre quieres aprender de los demás, es decir, volverte un poco esponja.


¿Qué es la soledad para ti?

Ay, no sé, tú quieres que diga cosas muy importantes. Para ti ¿qué es, a ver?


Para mí es un placer.

Yo me voy a crucificar solita aquí, Margarita. Me haces preguntas dificilísimas. ¿Qué es la soledad? Pues no sé. Todos estamos más solos que la chifosca mosca. Yo no sé, la soledad la conocemos todos, la vivimos todos. Y también para volver a Rosario que decía “Solas solteras, solas casadas”. Hay mucha soledad en las mujeres, porque cuando tienen a los hijos, pues hay que ocuparse de ellos; pero cuando los hijos crecen y se van, entonces hay mucha soledad. La soledad es el signo de los seres humanos. ¿Cómo se rompe? Pues escribiendo, como lo ha hecho Rafael Gaona. Tratando de hacer algo. La soledad es parte de nosotros y es lo que vivimos cotidianamente. Si nosotros nada más contáramos las horas que empleamos dentro de un automóvil para venir aquí a la Ciudad Universitaria, ésa ya es una cuota enorme de soledad. O bien la soledad que empleamos durante el día… la mayor parte del tiempo estamos solos. No estamos solos para comer; yo estoy sola para dormir. Estamos solos para una serie de cosas. Vivimos solos.


¿Vivimos solos?

Claro que sí, bueno, vivimos con nuestros hijos, pero ellos tienen su vida, no vamos a estar siempre encima de ellos para “joderlos”, como tú dices.


Con tus abuelas tuviste una relación muy bonita. ¿Quieres hablar de eso?

Mi abuela en Francia fue una abuelita norteamericana, era la mamá de mi papá. Era una señora clásica, de pelo blanco. Nos cuidaba mucho, a mi hermano y a mí. Tuvo una enorme renuencia a que mi mamá nos trajera a México, porque, claro, nosotros vivimos siempre con ella. Ella se llamaba Elizabeth. Recuerdo que todas las noches nos enseñaba una revista que se llamaba The National Geographic Magazine, donde salían cosas del mundo entero: hipopótamos y muchos animales y países. Recuerdo que nos enseñaba unos hombres que tenían un hueso atravesado y unas mujeres con pechos casi hasta la tierra y nos decía: —You see, children, this is Mexico.

Ella no quería que nosotros viniéramos a México. Por eso yo tenía una idea aterradora de lo que podía ser este país. Ella se opuso muchísimo a que mi madre nos trajera. Era una abuelita muy clásica, muy callada, cultivaba rosas, era muy tierna con nosotros, nos daba la bendición todas las noches. Yo no tuve mayor relación con ella porque la traté nada más hasta los 8 años. Sin embargo la recuerdo con una gran ternura. Recuerdo que andaba con un bastón.

Al llegar a México, me encontré con una abuelita tan distinta a la de Francia, que hasta me asusté; esa abuelita era Lulú Amor. Me encontré a una abuelita rabona, de falda rabona, muy linda, con un sombrerito “conotier” como el de Maurice Chevalier. Era muy consentidora, muy alegre, con la que sí tuve una de las relaciones más profundas que he tenido en mi vida. Era una mujer que tenía muchos perros; tenía 21 perros que recogía en las calles. Esos perros tenían nombres de personajes de ópera: Rigoletto, Violeta. Todas las mañanas les gritaba para que bajaran a desayunar. Cuando ella murió yo conservé sus perros que eran todos a cual más horribles, porque tenían sarna, eran tuertos, eran puros perros callejeros, eran cojos, chimuelos y además eran muy malas personas, eran perros malos entre sí, se mordían. Era muy terrible la relación con los perros, pero yo también aprendí a querer a los animales. En mi casa siempre hemos tenido un perro o un gato. A esa abuelita mexicana la quise mucho, amaba mucho a Goethe, a Wagner, estaba muy ligada a la cultura alemana. Había ido muchas veces a Alemania.


¿Qué significa para ti la crítica?

Ya te la contesté hace un rato, cuando te dije que para mí era una bendición, porque yo me siento al margen de la crítica; si me toman en cuenta como escritora, para mí es una enorme alegría. Yo no creo que tenga derecho a estar en tal o cual antología. Quizá ahora quiera ser escritora.


Pero ya lo eres, Elenita.

Sí, no soy una chancla espeluznante.


¿Cómo construyes tus personajes?

Para que veas que esas preguntas se las deberías de hacer a Fuentes. Te puedo decir que en la colonia Rubén Jaramillo hay un personaje que nunca conocí y sin embargo sí es un personaje: es el Güero Florencio Medrano. Aunque conseguí unas fotografías de él con la ayuda de Bambi, para entonces ya estaba impreso Fuerte es el silencio. Yo solamente fui dos veces a la colonia y una de ellas me encerraron porque según ellos era una gringa que no tenía nada que hacer en la colonia. En otra ocasión algunas mujeres, una de ellas era su hermana, me contaron cosas del Güero Medrano. Cuando vi sus fotografías me simpatizó mucho el personaje que yo había construido. Algunas personas me dicen que el Güero Medrano no se parecía en nada la personaje que yo narro. Yo sí creo que es un personaje construido de la vida real convertido en literatura. No en ficción, pero sí en literatura. El personaje de la secretaria también es inventado; le puse Elena, porque a mí me hubiera gustado mucho estar enamorada de un guerrillero y de un señor como él, que era totalitario y mandón y también de un maestro que creía que la razón estaba en la educación.


¿Qué piensas de Elena Poniatowska?

[Guarda silencio, y después contesta.] Una definición o una idea de mí creo que no la tengo. Pienso siempre en función de las obligaciones que tengo como madre y como periodista. En lo que tengo que hacer mañana. En un cúmulo de actividades; pero ¿quién soy? Es horrible autodefinirse. ¿Oye, qué piensas tú, Margarita?


Pienso que eras una persona maravillosa. ¿Qué opinión tienes de México?

Estamos viviendo un momento muy doloroso, un momento en que todos tenemos que ponernos a trabajar muy en serio y muy fuerte. Ayer me decía María:”Fíjese usted que los de la limpieza ya no van a recoger la basura porque no les quieren dar a los camiones de la basura para la gasolina”. Nos vamos a tener que enfrentar a una serie de problemas muy concretos que vamos a tener que resolver nosotros. Es algo donde nosotros tendremos que dar todo muestro trabajo. Yo no quisiera sonar como demagoga; pienso que México es un país al que amo entrañablemente, un país al que yo escogí para amar y quiero que salga adelante y eso depende de todos nosotros. Nosotros no vamos a dejar que los Estados Unidos nos anexen o nos asuman. Tampoco deseamos que nos vaya tan mal como a Guatemala.


¿Por qué dices que el sentimiento de culpabilidad es una característica femenina?

Eso nos enseñan siempre desde niñas. Nosotros tenemos la culpa si no tenemos hijos y la culpa de ser madre si tenemos hijos y no estamos todo el día con ellos, o todo el día dedicadas a ellos; o tenemos la culpa de ser malas esposas. Una mala esposa es la que guisa mal, la que plancha mal las camisas, la que atiende mal al marido. Aunque también se puede decir que el hombre es un mal marido, un mal padre, un mal hijo, un mal hermano. Sin embargo creo que se maneja mucho más la culpabilidad tratándose de mujeres. Se dice mucho más frecuentemente de una mujer que es una mala mujer, refiriéndose a una prostituta. Pero nunca se dice de un hombre “es un mal hombre”. Hay muchas más exigencias en torno a la mujer que en torno al hombre. ¿O no crees? Mucho tiene que ver en esto la formación católica que hemos tenido desde siempre. Nos educan dentro de la culpabilidad: “Es mi culpa, mi culpa, mi gravísima culpa”. Y durante años lo aprendimos, lo creemos, lo rezamos y ¿cuál es la culpa? ¡Quién sabe! Y así vemos a niñas chiquitas decir eso ahora ¿o acaso ya cambió el catecismo?


¿Cómo va tu libro acerca de Tina Modotti?

Estoy en la investigación de Tina Modotti. Tuvo una vida muy interesante. Estuvo casada con Carlos Vidal, el que hizo toda la defensa de Madrid. Yo estoy tratando sobre esto, pero para ello, tengo que estudiar bien la Guerra de España, estudiar bien los años de Ortiz Rubio; estudiar bien todo el muralismo, porque también Diego Rivera la pintó a ella. Ella aparece en Chapingo desnuda, con una plantita muy chica en la mano: aparece también en los murales de la Secretaría de Educación Pública repartiendo rifles, junto a Frida Kahlo; en fin, aparece en diversas pinturas. Ella era una mujer que tuvo mucho que ver con la vida del país.


¡Qué ganas de haber vivido esa época tan hermosa!

También la nuestra es muy hermosa, Margarita. Además no quierar vivir lo que ya pasó, porque te puedes convertir en una estatua de sal. También yo creo que fue un México muy apasionante, intelectualmente hablando.


¿Por qué consideras que nuestra época es hermosa?

Para hablarte de esto no quiero caer en un lugar común en que todos caen diciéndote por ejemplo del lanzamiento de cohetes, de la llegada del primer hombre a la luna. Es hermosa nuestra época porque actualmente podemos ver todo lo que ya se ha descubierto, todo lo que otras han vivido y porque yo sí pienso que ahora las mujeres tenemos mayor libertad en el sentido de la creación; hay una mayor posibilidad creativa para la mujer y creo que también para el hombre.


¿Pero para qué clase de mujeres? ¿Para las de las clases ricas?

Sí, para las de las clases ricas, pero las mujeres que están aquí en la Facultad, obviamente no son campesinas ni de la clase pobre. Tampoco caigamos en la demagogia de estar diciendo que para los hombres pobres hay mayor posibilidad, pero que no las hubo durante la Revolución, ni cuando la Revolución, ni cuando llegó Hernán Cortés.


Yo pienso que Jesusa Palancares, en tu caso, tiene mucho de ti.

Jesusa sí. Ojalá y yo tuviera de Jesusa, porque es un ser humano formidable. Sin embargo creo que las dos tenemos algo una de la otra. Aunque a mucha gente Jesusa le parece odiosa; dicen que es una machorra espeluznante.


Bah, yo creo que es una mujer sufrida, nada abnegada. ¿Qué recomiendas para hacer una buena entrevista?

Margarita, me asustaste cuando me empezaste a entrevistar porque me preguntabas ¿qué es el Universo?


No, no, no, no me inventes. ¿Qué es el Universo? se lo preguntaría a Guillermo Haro, que es tu marido, pero a ti no.

Sí me preguntaste, ¿qué es el agua, qué es la luz? Si me prestas tus apuntes lo podemos comprobar. Eran preguntas, en primer lugar, hechas en imperativo categórico. Fue un poco el estilo de Gustavo Alatriste en su película QRR. El que resulte responsable, donde ponía el micrófono muy cerca de las personas, algo insólito. Eso no debe hacerse, porque la gente se chivea. Esa manera de hacer preguntas en imperativo categórico y tan definitivas que ¿Ay jijos, yo me sentí como en la escuela! ¡Ah jijo, no me aprendí la lección! ¿Por qué no me avisaste? y de esa manera hubiera buscado en el directorio telefónico.


No, es una excusa, tú sabes mucho de literatura y puedes contestar.

Volvamos a la pregunta. Uno puede ser agresivo en ocasiones, pero pienso que lo mejor es darle confianza al entrevistado. Considero que es muy importante establecer un clima de entrega del entrevistador al entrevistado. Así responderá mucho mejor a las preguntas. Además de establecer ese clima de confianza y de relación cálida, es necesario saber un poco acerca del entrevistado.


Pero eso está en cualquier manual de periodismo.

Pues eso es lo único que puedo decir, no me regañes.


¿Quieres hablar de Domingo 7?

Fue muy difícil entrevistar al licenciado De la Madrid, porque es muy difícil entrar en ese aparato aterrador del PRI. Yo conté cómo lo había entrevistado. Conté que yo vivía a dos cuadras de su casa y que sin embargo me había catapultado primero a Guadalajara y después a Colima. Conté lo forzado que yo veía todo el aparato en torno a él, la cantidad de documentos que me habían enviado, las toneladas de propaganda sobre su persona. Conté también ese gran mitin donde después de que la gente ni lo había visto ni oído, aplastaba todos los libros, todos los vasos, todas las cosas que habían entregado, pisaban la misma efigie de la persona a quien habían aplaudido a rabiar. Esa especie de barbarie priista, eso fue lo que relaté. Yo relaté lo que veía. Ahora que, para hacerle las preguntas, sí preparé un cuestionario y no quise que fuera un cuestionario personal como ¿a usted le gusta el vino?, ¿cuál es su flor preferida?, porque pensé que eso daría mucho lugar a que después lo invadieran con regalos. Recuerdo que una vez Eugenio Méndez Docurro dijo que le gustaban mucho los búhos: búhos de oro, de plata, de cristal, de madera. En fin, esa cosa que tiene el mexicano de servilismo tan espantoso. Y si alguien dice que le gusta la orquídea, pues… yo evité este tipo de preguntas que son las del cuestionario Marcel Proust. No, yo le hice preguntas sobre problemas del momento que a mí me parecían interesantes como era la nacionalización de la banca.


¿Y te contestó muy en serio o se salió por la tangente?

No, no, no se salió por la tangente, pero sí contesta tan largo, tan largo que ya cuando te contestó, ya te aburriste.


¿Por qué te sales por la tangente cuando te preguntan acerca del movimiento feminista?

Pertenezco a FEM. Solamente a esa revista pertenezco, pero sí procuro firmar o estar del lado de las mujeres en cuanta lucha se pueda. Pero cuando me toca hablar en lo personal, siempre digo que es un tema que desconozco. Además las feministas: Elena Urrutia, Marta Lamas, Carmen Lugo y otras con las que yo trato me dicen: —Tú procura no hablar y callarte—. Eso vino a raíz de una cosa que a ellas no les gustó y que después yo comprendí que tenían razón. A raíz de la muerte de Alaíde Foppa, creo que yo me he radicalizado y que nunca me podré separar de grupos de lucha feminista. Pero recuerdo que una vez nos hicieron una entrevista común a varias colaboradoras de fem. Yo nunca hablé porque me dijeron: —Tú no sabes nada—. Y no sé, deveras. A la única que conozco es a Simone de Beauvoir. Al final un periodista me preguntó que qué opinaba yo de todo lo que se había dicho y yo de tonta dije: —Bueno, a mí lo que más me gusta es cuando mi marido llega el sábado y me pega—. Mis compañeras me dijeron que por decir una payasada echaba yo a perder todo. Además, mis cosas feministas se remontan a hace muchos años. Una señora muy linda que se llama doña Clementina Batalla de Bassols, la esposa de don Narciso Bassols, me escogió para ir a Ginebra y a Alemania a una especie de congreso de mujeres a donde fui con Eulalia Guzmán. Después me invitaron a una reunión que había en el Teatro Ferrocarrilero, porque los comunistas siempre escogen unos lugares muy lóbregos para hacer sus reuniones.


¿Y los de derecha qué lugares escogen?

Los de derecha escogen lugares como éste donde estamos en este momento. Pero déjame continuar: todas las mujeres se levantaban y decían unas cosas que a mí me daba mucha vergüenza. Se levantaban y decían: —Queremos salir de la oscuridad en que nos tiene el hombre, compañeras. Pero entonces se levantó una chaparrita, chaparrita como un ratoncito, con una voz muy dulce y dijo: “¡Ah compañeras! Yo creo que no hay nada mejor que estar enamorada”.

Naturalmente todo el mundo se enojó, pero a mí lo único que se me grabó de toda la reunión fue eso. Siempre se me quedaban las cosas que no se me deberían grabar, y todo lo que es sesudo y todo lo que es importante y todo lo que es una reivindicación social en lo que se refiere a feminismo se me borra. Por eso yo acató la orden de las que más saben. Aunque yo creo que Margarita, ahorita que está haciendo muecas, tampoco les contestó nada.


Porque yo no sé, no sé…

No, tú sí sabes que se está luchando, que se está promoviendo una ley del aborto, que hay un refugio para mujeres violadas, que hay otro para mujeres golpeadas, que se tiene que hacer algo contra la violación y otros puntos. Que hay grupos muy activos, aunque no soplo para eso.



* Entrevista realizada en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras de la Universidad Nacional Autónoma de México el 6 de diciembre de 1982.

(Agradezco a María Romana Herrera su ayuda en la revisión el texto de la entrevista y a Jesús García Flores, a Estela Salero y Ángeles Mondragón, por su paciencia en la transcripción de la misma.)

sábado, 12 de noviembre de 2011

Las fotografías





Autor: Javier Sicilia
Semanario Proceso No. 1827
06 noviembre 2011

Una de las características del largo caminar a través del país del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad son las fotografías de nuestros asesinados o de nuestros desaparecidos. Detrás de las mantas, de la bandera nacional y de la bandera blanca de la paz, un bosque de rostros hecho de imágenes fotográficas camina con el de las víctimas. Cada vez son más. Los llevamos colgados de palos, impresos en camisetas, en mantas, en cuadros que abrazamos a nuestros pechos. No los abandonamos un instante. Son nuestros hijos, nuestros padres, nuestros esposos, nuestros hermanos, nuestros amigos. Ausentes de nuestras vidas, los sustituimos por sus imágenes y caminamos con ellas como si caminaran tomados de nuestras manos, o como si los cargáramos, como cuando eran niños, para protegerlos como ya nunca más podremos hacerlo. Son un signo de nuestro dolor y de nuestro amor; son también un signo de nuestra reprobación y de nuestro clamor de justicia –esos que ven allí eran nuestros, son nuestros, son de todos y nos los arrebataron–, y un signo de que, aunque ya no los tenemos con nosotros –o, en el caso de los desaparecidos, esperamos verlos de nuevo con vida–, no queremos que a otros les suceda esa desgracia. “La angustia de lo ausente –escribe el fotógrafo Ricardo Vinós– nace de la memoria”. Los que un día estaban allí han dejado de estar y en su lugar sólo queda un hueco abismal cuyo gesto es la desesperación, el llanto y el grito desgarrado. La fotografía –esa memoria moderna que se agrega a las obras que han preservado a los muertos en el tiempo: monumentos, placas, memoriales, pinturas, poemas, relatos…– no sustituye al ausente, pero puebla la angustia del hueco con una imagen arrancada del pasado. Ese instante perdido en el tiempo donde el ser amado aparece en su plenitud le da a la angustia una presencia que la contiene y le impide destrozarnos. Dejamos de estar solos porque nos recargamos en el que está allí como un recuerdo claro. Al llevar con nosotros al que ya no está, impreso en un rectángulo, le decimos a él, a través de los otros que lo miran, que lo amamos, que no lo olvidamos, que estamos orgulloso de que haya existido y de que aún exista en el presente de su imagen, que es una prolongación de nuestro recuerdo. Les decimos también a quienes no lo cuidaron –el Estado– y a quienes lo asesinaron o lo desaparecieron, que tienen una deuda inmensa con ellos, con nosotros y con cada ser humano, una deuda que deben resarcir. Decimos también –ese es el sentido espiritual de la memoria que año con año se repite en los altares de los muertos del 1 y 2 de noviembre– que esos que están allí habitaron un día entre nosotros y nos cuidan desde la eternidad del amor. Aunque, como lo señala Vinós, desde la aparición fotográfica, el cuerpo de los muertos se hizo presente como resultado apropiado “para la sintaxis primitiva del daguerrotipo y el calotipo, basada en exposiciones de varios segundos y una perfecta inmovilidad de los elementos fotografiados”, antes de su reducción envilecida a la nota roja de los periódicos miles de fotografías de difuntos han circulado por todas partes: desde las que representan al muerto como reliquia familiar, sobre todo de niños y de jóvenes, hasta las de los cadáveres de Zapata, Villa, el Padre Pro, León Toral o el Che Guevara, incluyendo las de la guerra de Crimea, la Guerra de Secesión y las de la guerra de Calderón y del crimen organizado, que no representan la muerte, que no son reliquias mortuorias, fijas en la inmovilidad de la muerte y el cercenamiento de los cuerpos. No son la expresión de un culto mortuorio, hecho del dolorismo de la reliquia o, como en el caso de las dos fotografías que Freddy Alborta hizo al cadáver del Che o la que se tomó al de Anacleto González Flores –metáforas de Cristo–, hechas para la excitación ideológica. Por el contrario, las nuestras son fotografías familiares, arrancadas a un instante feliz. No son imágenes de cadáveres, sino de seres vivos que la imbecilidad destruyó en la felicidad que revelan. No son reliquia ni ideología. Son el rostro de un dolor que habla del amor y se abre a la esperanza de la justicia de encontrar a sus asesinos o de recuperarlos vivos. Su presencia dichosa y familiar es más profunda y sobrecogedora que aquellas que nos muestran la muerte. Hablan de la injusticia cometida y del reclamo de la indignación. Están exhibidas para tocar el corazón, no el desaliento sufriente ni la excitación de la venganza. Son un grito de humanidad, un llamado a la conciencia de lo humano. Un signo que hacemos desde nuestro dolor a otros para construir la esperanza de una justicia y una paz destrozadas. Ese universo de símbolos, hechos de las fotografías familiares de nuestros muertos y desaparecidos, es un universo sensible que apela a lo más profundo y hermoso de lo humano: la dignidad de la vida. En esas fotografías, como lo diría Vinós, se encuentran vivas las almas robadas por la cámara y el horror de la realidad; en esas escrituras de luz se encuentran en su ausencia más presentes que en ninguna otra imagen. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Entrevista




Un periodista le hizo una entrevista a Dios. Al entrar en la habitación le preguntó:
¿Qué es lo que más te sorprende de la humanidad?
A lo que Dios respondió:
Que se aburren de ser niños y quieran crecer rápido, para después desear ser niños otra vez.
Que desperdicien la salud para hacer dinero y luego pierdan el dinero para recuperar la salud.
Que ansían el futuro y olviden el presente y así no vivan ni el presente ni el futuro.
Que vivan como si nunca fuesen a morir y mueran como si nunca hubieran vivido...
Quedé en silencio un rato y le dije:
Padre, ¿cuáles son las lecciones de vida que quieres que tus hijos aprendamos?
Y con una sonrisa respondió:
Que aprendan que no pueden hacer que nadie los ame sino dejarse amar,
Que lo más valioso en la vida no es lo que tenemos sino a quien tenemos,

Que una persona rica no es quien tiene más sino quien necesita menos y que el dinero puede comprar todo menos la felicidad,
QUE EL FISICO ATRAE PERO LA PERSONALIDAD ENAMORA.
Que quien NO VALORA lo que tiene, algún día se lamentará por haberlo perdido y que quien hace mal algún día recibirá su merecido.
Si quieres ser feliz haz feliz a alguien, si quieres recibir, da un poco de ti, rodéate de buenas personas y se una de ellas.
Recuerda, a veces a quien menos esperas es quien te hará vivir buenas experiencias. Nunca arruines tu presente por un pasado que no tiene futuro.
Una persona fuerte sabe cómo mantener en orden su vida. Aún con lágrimas en los ojos, se las arregla para decir con una sonrisa, "estoy bien".

(Sí, en la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable.)

miércoles, 26 de octubre de 2011

Rossana Cervantes explora el cuerpo masculino ante la utilización recurrente de la mujer en el arte




KARLA TORRIJOS

Periódico La Jornada
Miércoles 26 de octubre de 2011

Cuerpos de hombres desnudos, así como penes de todos tamaños son los personajes principales de los grabados realizados por Rossana Cervantes, quien define su trabajo estético como una especie de protesta contra el constante y excesivo uso de la figura femenina en el arte.
“El cuerpo de la mujer siempre ha aparecido en las expresiones artísticas, como tema recurrente. A veces nos plasman de forma muy noble, amable, amorosa, incluso poética, pero también hemos sido ofendidas, agredidas y transgredidas.
Además, ¿si a mí me gustan los hombres, por qué no pintarlos? Me gustan y voy a dibujarlos, explicó Cervantes, quien, con esas premisas, dedica su obra a la figura masculina.
También se percató de que generalmente las obras donde el elemento expresado es la figura masculina son hechas por hombres; hay muy pocas mujeres que los dibujen sólo por el gusto de hacerlo o para ponernos en el mismo plano.
Con casi 20 años en la técnica del grabado, la artista aclaró: No es una revancha, pero sí un gusto que me causa expresarme de esa manera.
La obra gráfica de Cervantes podrá ser admirada y será motivo de debate hoy, a partir de las 17 horas, en el ciclo de pláticas que se desarrolla en el Museo Nacional de Arte (Munal, Tacuba 8, Centro Histórico), como parte del programa académico 2011, Erótika: las formas de Eros en el arte.
Con la finalidad de proyectar el pensamiento y las expresiones de lo erótico como ejes de la vida humana, tomando como muestra su materialización en el arte, el pasado marzo comenzaron varias mesas redondas, las cuales concluirán en noviembre, para abordar el tema desde diversas perspectivas. Se intenta consolidar un espacio académico multidisciplinario que permita la generación de un conocimiento integral de aspectos específicos relacionados con el fenómeno artístico en México.
De esta forma, se ha analizado al erotismo desde ámbitos como la pintura, la escultura, el teatro, la literatura, el cine, la fotografía, la antropología, la filosofía, el sicoanálisis, la historia y la sociología.
Esta vez serán los sicoanalistas Víctor Novoa (UNAM) y Néstor A. Braunstein (Universidad Autónoma de San Luis Potosí) quienes conversarán y analizarán el tema erótico en los grabados de Rossana Cervantes.
“Me da mucho gusto que me hayan incluido en este proyecto. Conozco a Víctor Novoa desde hace años y siempre hemos hablado respecto del tema, de cómo lo manejo en mi obra; a él le gusta lo que hago.
Me alegra, porque dentro del mundo de los hombres es una mirada masculina que me reivindica, y a Novoa le agrada que me exprese de esta manera, que me atreva a hacer estas cosas y me exponga, que las muestre, aseveró la grabadora respecto de la invitación que recibió del sicoanalista para participar en el proyecto.
Las últimas charlas del programa académico se efectuarán los días 9 y 23 de noviembre, a partir de las 17 horas, con el tema Cuerpo y género: identidades emergentes.

lunes, 3 de octubre de 2011

Perseguido por buenas razones. Bertolt Brecht




He crecido hijo de gente acomodada.
Mis padres me pusieron un cuello almidonado,
me educaron en la costumbre de ser servido
y me instruyeron en el arte de dar órdenes.

Pero al llegar a mayor y ver lo que me rodeaba,
No me gustó la gente de mi clase,
ni dar órdenes, ni ser servido.

Abandoné mi clase y me uní al pueblo llano.
Así criaron un traidor,
le educaron en sus artes, y ahora él los delata al enemigo.

Sí, divulgo secretos.
Entre el pueblo estoy, y explico como engañan, y
predigo lo que ha de venir, pues he sido iniciado en sus planes.

Descuelgo la balanza de la justicia y muestro sus pesas falsas.
Y sus espías les informan
De que yo estoy con los robados cuando preparan la rebelión.

Me han advertido y me han quitado lo que gané con mi trabajo.
Como no me corregí me han perseguido,
y aún había en mi casa escritos
en los que descubría sus planes contra el pueblo.

Por eso dictaron contra mí una orden de detención
por la que se me acusa de pensar de un modo bajo,
es decir, el modo de pensar de los de abajo.

Marcado estoy a fuego, vaya donde vaya, para todos los propietarios.
Más los NO propietarios, leen la orden de detención y me conceden refugio.
A ti te persiguen, me dicen, por buenas razones.

jueves, 18 de agosto de 2011

FRAGMENTARIO




El Héroe

¿Cómo hubiera sido la guerra de Troya contada desde el punto de vista de un soldado anónimo? ¿Un griego de a pie, ignorado por los dioses y deseado no más que por los buitres que sobrevuelan las batallas? ¿Un campesino metido a guerrero, cantado por nadie, por nadie esculpido? ¿Un hombre cualquiera, obligado a matar y sin el menor interés de morir por los ojos de Helena?
¿Habría presentido ese soldado lo que Eurípides confirmó después? ¿Que Helena nunca estuvo en Troya, que sólo su sombra estuvo allí? ¿Que diez años de matanzas ocurrieron por una túnica vacía?
Y si ese soldado sobrevivió, ¿qué recordó?
Quién sabe.
Quizás el olor. El olor del dolor, y simplemente eso.
Tres mil años después de la caída de Troya, los corresponsales de guerra Robert Fisk y Fran Sevilla nos cuentan que las guerras huelen. Ellos han estado en varias, las han sufrido por dentro, y conocen ese olor de podredumbre, caliente, dulce, pegajoso, que se te mete por todos los poros y se te instala en el cuerpo.
Es una náusea que jamás te abandonará.

Eduardo Galeano. Espejos. Una historia casi universal.

lunes, 8 de agosto de 2011

México: un gobierno de locos y camanduleros





Francisco RIVAS LINARES


“Pobre México, tan lejos de Dios,
tan cerca de los Estado Unidos”
Porfirio Díaz



Cuando la demencia se instala en el poder, sólo podemos esperar acciones demenciales. Esa es nuestra pena, la de todos los mexicanos: tener un gobierno de orates que sólo pugnan por afianzar sus espacios tiránicos, entre pilas de cadáveres, fosas clandestinas, desmembrados, degollados y mutilados por todo el territorio nacional.

La plutocracia fortalecida se ha cebado en la pobreza de millones de obreros, campesinos, indígenas y trabajadores. Ya instalados en la soberbia de sus riquezas, los consorcios vigilan desde las atalayas sembradas estratégicamente para vigilar la sumisión de los rebaños.

De este modo, entre locos y plutócratas transcurre el devenir de la patria. Un devenir que se sustenta en el gatopardismo del cambiar todo para que nada cambie. Por eso los políticos cambian de chaqueta según otean los vientos del poder. Quienes hoy se declaran izquierdistas, mañana lo serán de la derecha; más luego, abrumados por su propio espanto declarativo, optan por la ambigüedad y se declaran centristas.

Su perfil ideológico se define por las circunstancias, siempre a la cargada para honrar la expresión célebre del viejo cacique sindical del siglo pasado, Fidel Velázquez, que decía: Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.

El congreso de los dormidos que se adjetiva como honorable, legisla a punta de levantamanos. Ocupan las curules y los escaños para consumir existencias innobles, en tanto que el gringofílico del ejecutivo abre las puertas de la frontera para obsequiar nuestra soberanía a los marines industriosos.

Felipe Calderón, el presidente de los 50 mil muertos (hasta ahora), no ha podido superar el déficit de legitimidad con que llegó a la Silla. En diciembre de 2006, a escasos días de usurpar el poder, a tontas-locas declaró una guerra (su guerra) a los cárteles de las drogas. Sacó al ejército de los cuarteles para ponerlos en funciones de policías y dio por inaugurado el gran panteón nacional.

Apostando a la violencia por la violencia, desestimó los compromisos sociales que tiene todo gobierno demócrata: la educación, el empleo, la salud, la seguridad social en fin. Y militarizó el país, en tanto la delincuencia organizada proliferaba como cabeza de hidra.

En su impotencia invocó a Washington. Pidió presupuestos para el Plan Mérida. Llegó el festín de las siglas: FBI, DEA, CIA y ATF. Y en un noticiero de la cadena CBS, paisajeando la alta tecnología del Centro de Mando Nacional de la Policía Federal y aludiendo a la serie dramática de espionaje 24 de la cadena Fox, declaró ufano: Yo quería todos los juguetes necesarios para ser superiores a los criminales.

Y sí, le han dado dinero y juguetes para su guerra, dejándole al pueblo como cuota los “daños colaterales”. Huérfanos y viudas transitan como zombies con sus plañidos demandantes de justicia.

Ahora se sabe de la presencia de militares estadounidenses en activo y una base militar instalada en el norte del territorio nacional. Las locuras navegan entre mentiras deliberadas. Las locuras se instalan entre los Power Ranger.

viernes, 1 de julio de 2011

Jorge Semprun y la memoria del mal.





Jorge Semprún murió en París el 7 de junio. Un año antes se despidió del mundo y de la historia con el discurso leído en Buchenwald para conmemorar los 65 años transcurridos desde que el campo de muerte fue liberado por sus propios internos y por las tropas del general Patton.

“Ni resignado a morir ni angustiado por la muerte sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí”, Semprún, quien en 1945 tenía 22 años, lamentó la desaparición cronológica de los sobrevivientes que sufrieron en carne propia la experiencia concentracionaria.
Sin embargo, confió en que la memoria del exterminio queda en manos de los niños que, ya en plena derrota del nazismo, fueron llevados de Polonia a Buchenwald ante el avance incontenible del ejército rojo. Dos de esos niños, Eli Weisel e Imre Kertész, llegarían a obtener con sus testimonios el Premio Nobel.
El dominio de la lengua

En 1988 Felipe González nombra a Semprún ministro de cultura. Le asignan un apartamento que está en el barrio del Retiro en la calle Alfonso XI. Enfrente aún se levanta la casa en que nació a fines de 1923. De ella salió en julio de 1936 a pasar el verano en Lequeitio, en el país vasco. Allí le tocó vivir el cuartelazo de Franco.
Su padre, José María de Semprún, fue ensayista, poeta, profesor de jurisprudencia y católico republicano, fundador con José Bergamín de la revista Cruz y Raya. Diplomático, ministro de la república en el exilio, Semprún padre se relacionó con los intelectuales franceses de la revista Esprit que ayudaron a que él y sus hijos sobrevivieran en el destierro.
Su madre, Susana Maura, murió cuando Jorge Semprún tenía nueve años. Era hija del gran político conservador Antonio Maura, varias veces jefe de gobierno de Alfonso XIII. Parte de los privilegios familiares fue contar con institutrices. Una de ellas, Anette, les enseñó alemán a los niños Semprún Maura. Al poco tiempo se convirtió en su madrastra. En una vida llena de paradojas Semprún debió a esta mujer, a quien detestaba, el dominio de una lengua a la que en gran parte se puede atribuir su sobrevivencia en el campo de exterminio. Cultura y barbarie: Buchenwald fue erigido frente a Weimar, la capital de la admirable literatura alemana, la ciudad de Bach y Goethe. En los campos que después fueron de muerte, Goethe conversó con Schiller y más tarde con Eckermann, el inventor de la entrevista literaria.
En Adios, luz de veranos… (1998) Semprún describió el París de 1939 y su descubrimiento de la cultura francesa. Llegaba de dos años en Bélgica donde había estudiado en una escuela neerlandesa. Para tener a cabalidad la experiencia europea a Semprún le hacía falta saber qué se siente ser refugiado. Era parte de los vencidos, de los rojos que entraban masivamente en Francia y despertaban la xenofobia generalizada. Una panadera a la que pide un croissant se burla de su acento. Semprún se vengará de ese desprecio, esa crueldad gratuita, y se convertirá en uno de los grandes prosistas de esa lengua. Descubre lo que se puede hacer con ella en los libros de André Malraux y en Paludes, un texto hoy poco leído de André Gide.

El olor y el tormento

Estudiante de filosofía en la Sorbona, se inscribe en el Partido Comunista y es miembro de la Resistencia. Capturado por la Gestapo es sometido a tortura. Hay dos cosas que jamás podrá olvidar: el olor a carne quemada de los hornos crematorios y la sensación del tormento que los inquisidores llamaron “la toca”. En México se designa como “el submarino” y se ha vuelto a practicar en Guantánamo: la inmersión total en agua hasta que la víctima siente estallar todo su sistema respiratorio.
Pasarán muchos años antes de que Semprún pueda enfrentarse a sus memorias del horror. En 1963, a los casi 20 años de su salida de Buchenwald, aparece su primera novela, El largo viaje, que describe la vivencia purgatorial (el infierno viene después) del recorrido en tren hacia el campo. En él dos veces se salva de la muerte. La primera cuando lo inscriben como “estucador”, en vez de “estudiante”. Los SS, que regían la “Solución final”, mataban a su llegada a todos los que consideraban intelectuales. La segunda, cuando la Gestapo pide información sobre el prisionero matrícula 44.904 y los comunistas infiltrados en la administración de Buchenwald ocultan al joven español tras la identidad de otro preso muerto. Todo esto se encuentra narrado en Viviré con su nombre, moriré con el mío (2001).

Buchenwald después

La organización clandestina antifascista del campo logró que Semprún trabajara en labores administrativas. Se libró del exterminio y aun en sus precarias condiciones de vida (alimentación casi inexistente, el compartir su litera con otro joven interno, las espantosas condiciones higiénicas) la pasó menos mal que la inmensa mayoría de los prisioneros.
El hecho de salir vivo de Buchenwald provocó una feroz corriente difamatoria encabezada por su propio hermano. Semprún no pudo haber sido colaboracionista sin que lo impugnaran los demás sobrevivientes del lager. No se conciben discursos como el de 2010 o el de años atrás en el Teatro Nacional de Weimar sin que las otras víctimas de Buchenwald se hubieran levantado a increparlo. Imposible salvarse de la furia anticolaboracionista francesa ni de la depuración antinazi alemana. Con todo, el odio de la derecha española llegó al grado de escribir en los titulares de los periódicos “un kapo nazi, ministro de cultura español.”
No ha habido en la historia una derrota comparable a la catástrofe hitleriana. Cuando los orgullosos ejércitos que en 1940 se habían adueñado de Europa fueron deshechos por la doble ofensiva soviética y aliada, los jerarcas nazis buscaron la paz por separado, abandonaron a Hitler casi moribundo en su búnker y las ciudades alemanas quedaron destruidas por bombardeos no menos salvajes que los de la Luftwaffe. Entonces los prisioneros de Buchenwald se levantaron contra sus verdugos y los despojaron de su última arma: el panzerfaust, es decir el cañón individual antitanque que en los demás idiomas se llama bazuka. Uno de los que se sublevaron en Buchenwald y avanzaron sobre Weimar armados de bazukas fue Jorge Semprún.

Para siempre el mañana

El principio de esperanza que rige nuestras vidas dicta que tras el infierno no puede haber otro infierno. La victoria total sobre el nazismo era el alba de un nuevo día, la promesa de un mundo en que aquellos horrores nunca iban a repetirse y todo estaría bajo el dominio de las aspiraciones que sintetizó la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Semprún se entregó en cuerpo y alma a la causa que incluía la veneración sin límites al Padre de los Pueblos. Stalinista fervoroso, pasó por alto la tragedia de que los sobrevivientes rusos de los campos fueran por ese hecho mismo internados en el Gulag. El presente sombrío no bastaba a ocultar que la URSS era el mañana radiante, la aurora de los pueblos. La creencia general de la época la sintetizó más tarde un muy querido y admirado escritor hispanoamericano: “Los países capitalistas cometen crímenes; los países socialistas sólo tienen accidentes de viaje.” Ser de izquierda significaba callar en aras del mañana ante todo lo que parecía y estaba mal. La consigna interiorizada resultaba: “No se puede dar armas al enemigo.” La lucidez doliente de José Revueltas respondió tras padecer también su calvario stalinista: “Quien da armas al enemigo es el que comete las atrocidades, no el que protesta contra ellas.”
Desde su base en París, llegó a ser un alto dirigente del Partido Comunista español. Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y Santiago Carrillo confiaron en él al punto de encargarle la coordinación de la lucha antifranquista en España. Con el seudónimo de Federico Sánchez y varios otros, Semprún vivió la zozobra de la clandestinidad. Minuto a minuto estuvo en peligro de muerte como demuestra el hecho de que Julián Grimau, quien lo sustituyó en esa responsabilidad, al caer prisionero en 1963, fue de inmediato fusilado por Franco.
La crónica íntima y pública de estos años se explaya en la Autobiografía de Federico Sánchez (1977), la novela sin ficción que encuentra su continuidad en Federico Sánchez se despide de ustedes (1993) y en muchas otras obras, incluso en novelas como La montaña blanca (1986) y Veinte años y un día (1993) en que Semprún, en tanto Federico Sánchez, es una presencia espectral que nunca llega a corporizarse.

Nunca más y ¡otra vez!

De esta inmensa obra memorialística y autobiográfica que recorre casi todo el siglo XX, la pieza central es La escritura o la vida (1995). Semprún escribe cuanto había olvidado o querido olvidar hasta aquel momento. Enseguida se da cuenta de que ese día, 11 de abril es el aniversario de la liberación de Buchenwald y, lo sabrá la mañana siguiente, la fecha en que Primo Levi se ha suicidado, muchos años después de haber salido de Auschwitz.
Por las víctimas silenciadas, por Levi y por otros suicidas como Walter Benjamin y Paul Celan, Semprún siente la obligación de escribir este libro sin el cual no podremos entender lo que sucedió durante esos años en Europa y en el mundo.
La vastedad e importancia de esta obra exige cuando menos una segunda nota. No se trata de juzgar ni definir sino de atraer más lectores hacia los libros de Semprún. Él negó la idea según la cual es imposible escribir después del Holocausto. Lo que perturba es la certeza de que lo que creímos iba a ser el “nunca más” se ha convertido y sigue transformándose en el “¡otra vez!”.
Este año mismo la imagen de los niños gitanos deportados de Francia devuelve a las fotos de los niños judíos que los nazis concentraron en el Velódromo de Invierno en París y de allí embarcaron en trenes de ganado con destino a las cámaras y los hornos de Auschwitz. Creímos por una parte que esos horrores estaban en el pasado y, por otra, que su lejanía nunca iba a alcanzarnos. En el México de las narcofosas, la fiesta de las balas y las decapitaciones parece más necesario que nunca leer a Jorge Semprún.

Tomado del Semanario Proceso. 26 de junio de 2011

miércoles, 29 de junio de 2011

Cuando yo me vaya




Cuando yo me vaya, no quiero que llores,


quédate en silencio, sin decir palabras,


y vive recuerdos, reconforta el alma.




Cuando yo me duerma, respeta mi sueño,


por algo me duermo; por algo me he ido.




Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada,


y casi en el aire, con paso muy fino,


búscame en mi casa,


búscame en mis libros,


búscame en mis cartas,


y entre los papeles que he escrito apurado.




Ponte mis camisas, mi sweater, mi saco


y puedes usar todos mis zapatos.




Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,


y cuando haga frío, ponte mis bufandas.


Te puedes comer todo el chocolate


y beberte el vino que dejé guardado.


Escucha ese tema que a mí me gustaba,


usa mi perfume y riega mis plantas.




Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima,


corre hacia el espacio, libera tu alma,


palpa la poesía, la música, el canto


y deja que el viento juegue con tu cara.


Besa bien la tierra, toma toda el agua


y aprende el idioma vivo de los pájaros.




Si me extrañas mucho, disimula el acto,


búscame en los niños, el café, la radio


y en el sitio ése donde me ocultaba.




No pronuncies nunca la palabra muerte.


A veces es más triste vivir olvidado


que morir mil veces y ser recordado.




Cuando yo me duerma,


no me lleves flores a una tumba amarga,


grita con la fuerza de toda tu entraña


que el mundo está vivo y sigue su marcha.




La llama encendida no se va a apagar


por el simple hecho de que no esté más.




Los hombres que “viven” no se mueren nunca,


se duermen de a ratos, de a ratos pequeños,


y el sueño infinito es sólo una excusa.




Cuando yo me vaya, extiende tu mano,


y estarás conmigo sellada en contacto,


y aunque no me veas,


y aunque no me palpes,


sabrás que por siempre estaré a tu lado.




Entonces, un día, sonriente y vibrante,


sabrás que volví para no marcharme.




( Carlos Alberto Boaglio)

lunes, 20 de junio de 2011

Faenas de aliño




(Tomado del blog "El pez más viejo del río")

Es sabido que Miguel Hernández trabajó a las órdenes de José María de Cossío redactando fichas biográficas de toreros con destino final en la enciclopedia LOS TOROS: tratado técnico e histórico. El propio Cossío en su Carta a Luis Ponce de León titulada “Miguel, en la memoria” (La Estafeta Literaria, n. 365, 25 Marzo 1967, p. 15) lo confesaba: “Tuve la fortuna de tenerle a mi lado en la editorial Espasa-Calpe, y en mi libro Los toros, especialmente en el tomo de biografías de toreros...y yo sabría señalar muy bien las biografías de alguna importancia que él escribió...”. Pero no lo hizo, o era más verdad que no lo recordaba. Aún así, en una entrevista con Juan Cano Ballesta (realizada en julio de 1969, en La Casona de Tudanca) afirmó la plena libertad de la que dispuso el oriolano para redactar aquellas biografías, llegando a identificar la del torero Tragabuches como realizada por Miguel Hernández, por esa tendencia del poeta “a dar formas más vivas, dramáticas y novelescas a la narración”. Algo más supimos, también en 1969, cuando Manuel Molina, en aquel hermoso libro suyo que merece reeditarse (Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela), de la malagueña factoría de Ángel Caffrarena para las Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, daba a conocer por vez primera dos cartas de Miguel a su amigo Carlos Fenoll, escritas a comienzos del verano de 1936. En una de ellas le dice: “Te mando esa fotografía de Lagartijo y te mandaré algunas de diestros famosos...Ayer he hecho la biografía de Antonio Reverte, un tipo soberbio. La de Espartero, también la tengo hecha. Cuando me toca hacer la historia de un torero de esta clase gozo mucho, porque veo en ellos un corazón como catedrales...”. El ya citado Cano Ballesta decidió publicar la biografía de Tragabuches en el libro hernandiano “Poesía y prosa de guerra y otros textos olvidados”, que realizó junto a Robert Marrast (Ayuso, 1977), argumentando que sólo creyó necesario incluir una muestra, según él la más representativa. Así lo hizo de nuevo, en octubre de 1985, para el número 4 (22 de octubre) de aquella magnífica revista de literatura y toros QUITES entre sol y sombra, que dirigieron en Valencia, Tomás March, Salvador Domínguez, Carlos Marzal y Antonio Doménech. En definitiva, y siguiendo este criterio, la edición de las Obras Completas del oriolano acabarían recogiendo tan sólo esta biografía, como una muestra de su labor biográfico-taurina.
En su correspondencia hay varias referencias que no dejan duda de que Miguel Hernández acabó ciertamente harto de aquellos “monótonos y cornudos asuntos”. Así, a Carmen Conde le confesaba “me angustia seguir haciendo biografías de toreros sin importancia”, y a Juan Guerrero Ruiz, “no puedo soportar más estar días encerrado entre cuatro paredes y agotando mi mano y mi cabeza en cosas que no quiero”. De todos modos, de algo había que malvivir, y como ¡más cornás da el hambre!, aquellos “cuarenta duros” que recibía por su trabajo no sirvieron para ilusionar demasiado a alguien que, establecido ya en la villa y república, tan sólo pretendía triunfar como poeta. Tampoco sería tan ciclópea la empresa como la pintaba en carta con membrete de Espasa-Calpe y desde Ríos Rosas, 26 a su Josefina Manresa: “Me dices en tu primera carta que quieres que te diga qué clase de trabajo es el que hago y es tan complicado decírtelo que no se entenderás cuando te lo diga. Mira estoy haciendo con otro amigo mío muy rico una Enciclopedia taurina, o sea: escribir la vida de todos los toreros que hay y que ha habido ; una faena que me tendrá ocupado muchos años”. Es cierto que, literariamente no fueron más que faenas de aliño, tan parecidas a las que se ve obligado a realizar el diestro cuando la fiera no acompaña, no quedando más remedio que dar dos pases de compromiso y reclamar que salgan las mulillas de inmediato. De todos modos, no dejamos de preguntarnos por cuántos textos de su época de guerra, no menos acertados y realizados igualmente por compromiso como estos, sí fueron recogidos y editados, porqué no recoger, al menos, aquellas biografías de las que el poeta afirmó haber realizado (las páginas que anotamos se corresponden con la edición del tomo III de la enciclopedia Los toros, Madrid, 1945):

José Ulloa, Tragabuches (p. 962-964)
Antonio Reverte Jiménez (p. 770-774)
Manuel García y Cuesta, Espartero (p. 337-343)
Rafael Molina Sánchez, Lagartijo (p. 610-619)

Francisco Martínez Marín, en su biografía de Miguel Hernández añadía (por habérselo referido un aficionado local) que también podía ser suya la ficha de Enrique Vargas González, Minuto (p. 972-975), quien por cierto inauguró el 31 de agosto de 1907 la Plaza de Toros de Orihuela, junto a Lagartijillo Chico y Bienvenida. Y, puestos a fabular, ¿acaso no fuera suya la biografía de Ignacio Sánchez Mejías (p. 875-881) ante cuya muerte el oriolano dejara escrito su poema “Citación- fatal”, que intentó, sin éxito, publicar en el ABC.? ¡Hoy, quién lo sabe!

sábado, 28 de mayo de 2011

Los escritores y sus temas




A lo largo de todo el siglo XX, uno de los temas predilectos de los escritores fue el análisis de la relación entre el artista y la sociedad y, más concretamente, hasta qué punto éste debe comprometerse con los problemas de aquélla o permanecer al margen, encerrado en su creación.
Del lado del compromiso –a veces, incluso político- estuvieron autores como Bertold Brecht, Franz kafka o, posteriormente, Jean Paul Sartre. En cambio, entre los “encastillados en su torre de marfil” –en acertada frase de un crítico-, quizá uno de los mejores ejemplos sea Juan Ramón Jiménez.
No obstante, también hubo escritores que, sin decantarse por una u otra tendencia, se mantienen al margen, instalados en un cierto escepticismo. Entre éstos se encontraba el germano Thomas Mann (Lübeck, 1875-1955), cuya obra, sin embargo, también muestra una visión de la sociedad moderna que resulta casi siempre trágica. Pero su punto de vista distanciado e irónico le sitúa en un plano superior.
Mann se vio influido por tres personalidades de la cultura alemana: Wagner en la música y Schopenhauer y Nietzsche en la filosofía. Sin embargo, sería el segundo de ellos quién mayor poso intelectual dejó en él, pues con los otros dos mantuvo una relación cuando menos curiosa.

Estaba en desacuerdo con la mayoría de las tesis del autor de El Superhombre y, en cuanto a Wagner, despreciaba su personalidad tanto como le fascinaba su música. Pero, en cualquier caso, su obra refleja el influjo de ambos.
Dos novelas han otorgado fama universal a Mann: La montaña mágica, una de las cimas de la narrativa del siglo XX, y La muerte en Venecia, que expone la degradación moral de un hombre maduro que se enamora de un adolescente.
Sin embargo, el autor germano también escribió relatos breves. Uno de los más conocidos es Tobías Mindernickel, reflexión sobre la crueldad humana. El protagonista es un hombre solitario aquejado de un fuerte complejo de inferioridad. Todos se ríen de él y ello genera un desequilibrio en su personalidad que hace que, cuando compra un perro, descargue en el pobre animal sus arrebatos de ira.
Esaú –así bautiza a su mascota- es su única compañía y, sin embargo, Tobías venga en él todo el desprecio que le brindan los demás. La inferioridad que siente lo ha convertido en una personalidad bipolar que, tan pronto muestra ternura como una absoluta crueldad.
Se trata, en suma, de un certero análisis acerca de esta vertiente del ser humano: muestra como los años de sometimiento a continuadas burlas y desprecio pueden llevar a una persona a desarrollar la misma crueldad que le aplican a él: comportarse de modo perverso, precisamente, con la única criatura que lo acepta y acompaña.

Fuente: Kirjasto

lunes, 9 de mayo de 2011

Te quiero




Mario Benedetti

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

domingo, 10 de abril de 2011

1936




(Luis Cernuda escribió este poema para rememorar a un combatiente
de la Brigada Lincoln durante la Guerra Civil en España)

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.

LUIS CERNUDA

jueves, 31 de marzo de 2011

EL OTRO




Por Jorge Luis Borges




El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que si.
-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.
-Dufour -corrigió.
-Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?
-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.
Vaciló y me dijo:
-¿Y usted?
No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros.
Cambié. Cambié de tono y proseguí:
-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le pregunté qué era.
-Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski -me replicó no sin vanidad.
-Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?
No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.
-El maestro ruso -dictaminó- ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma eslava.
Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado.
Le pregunté qué otros volúmenes del maestro había recorrido.
Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.
Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el examen de la obra completa.
-La verdad es que no -me respondió con cierta sorpresa.
Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos.
-¿Por qué no? -le dije-. Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.
Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos lo hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los oprimidos y parias.
-Tu masa de oprimidos y de parias -le contesté- no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o de Cambridge, somos tal vez la prueba.
Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.
Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
Una brusca idea se me ocurrió.
-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estás soñando conmigo.
Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde.
Lentamente entoné la famosa línea:
L'byre - univers tordant son corps écaillé d'astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
-Es verdad -balbuceó-. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.
Hugo nos había unido.
Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.
-Si Whitman la ha cantado -observé- es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Se quedó mirándome.
-Usted no lo conoce -exclamó-. Whitman es capaz de mentir.
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.
Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el dialogo. Cada uno de los dos era el remendo cricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy.
De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?
-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile.
-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.
Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados. No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.
Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.
Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.
Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. EL otro tampoco habrá ido.
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.