viernes, 11 de diciembre de 2009

"El cuento del niño malo" de Mark Twain


Había una vez un niño malo cuyo nombre era Jim. Si uno es observador advertirá que en los libros de cuentos ejemplares que se leen en clase de religión los niños malos casi siempre se llaman James. Era extraño que éste se llamara Jim, pero qué le vamos a hacer si así era.

Otra cosa peculiar era que su madre no estuviese enferma, que no tuviese una madre piadosa y tísica que habría preferido yacer en su tumba y descansar por fin, de no ser por el gran amor que le profesaba a su hijo, y por el temor de que, una vez se hubiese marchado, el mundo sería duro y frío con él.

La mayor parte de los niños malos de los libros de religión se llaman James, y tienen la mamá enferma, y les enseñan a rezar antes de acostarse, y los arrullan para que se duerman con su voz dulce y lastimera; luego les dan el beso de las buenas noches y se arrodillan al pie de la cabecera a sollozar. Pero en el caso de este muchacho las cosas eran diferentes: se llamaba Jim, y su mamá no estaba enferma, ni tenía tuberculosis ni nada por el estilo.

Antes por el contrario, la mujer era fuerte y muy poco religiosa; es más, no se preocupaba por Jim. Decía que si se partiera la nuca no se perdería gran cosa. Sólo conseguía acostarlo a punta de cachetadas, y jamás le daba el beso de las buenas noches; antes bien, al salir de su alcoba le jalaba las orejas.

Este niño malo se robó una vez las llaves de la despensa, se metió a hurtadillas en ella, se comió la mermelada y llenó el frasco de brea para que su madre no se diera cuenta de lo que había hecho; pero acto seguido... no se sintió mal, ni oyó una vocecilla susurrarle al oído: “¿Te parece bien hacerle eso a tu madre? ¿No es acaso pecado? ¿Adónde van los niños malos que se engullen la mermelada de su santa madre?”, ni tampoco, ahí solito, se hincó de rodillas y prometió no volver a hacer fechorías, ni se levantó, con el corazón liviano, pletórico de dicha, ni fue a contarle a su madre cuanto había hecho y a pedirle perdón, ni recibió su bendición acompañada de lágrimas de orgullo y de gratitud en los ojos. No; este tipo de cosas les sucede a los niños malos de los libros; pero a Jim le pasó algo muy diferente: se devoró la mermelada, y dijo, con su modo de expresarse, tan pérfido y vulgar, que estaba “de rechupete”; metió la brea, y dijo que ésta también estaría de rechupete, y muerto de la risa pensó que cuando la vieja se levantara y descubriera su artimaña, iba a llorar de la rabia. Y cuando, en efecto, la descubrió, aunque se hizo el que nada sabía, ella le pegó tremendos correazos, y fue él quien lloró.

Una vez se encaramó en un árbol, donde Acorn, el granjero, a robar manzanas, y la rama no se quebró, ni se cayó él, ni se quebró el brazo, ni el enorme perro del granjero le destrozó la ropa, ni languideció en su lecho de enfermo durante varias semanas, ni se arrepintió, ni se volvió bueno. Oh, no; robó todas las manzanas que quiso y descendió sano y salvo; se quedó esperando al cachorro, y cuando éste lo atacó, le pegó un ladrillazo. Qué raro... nada así acontece en esos libros sentimentales, de lomos jaspeados e ilustraciones de hombres en sacoleva, sombrero de copa y pantalones hasta las rodillas, y de mujeres con vestidos que tienen la cintura debajo de los brazos, y que no se ponen aros en el miriñaque. Nada parecido a lo que sucede en la clase de religión.

Una vez le robó el cortaplumas al profesor, y temiendo ser descubierto y castigado, se lo metió en la cachucha a George Wilson... el pobre hijo de la viuda Wilson, el niño sanote, el niñito bueno del pueblo, el que siempre obedecía a su madre, el que jamás decía una mentira, al que le encantaba estudiar y le fascinaban las clases de religión de los domingos. Y cuando se le cayó la navaja de la gorra, y el pobre George agachó la cabeza y se sonrojó, como sintiéndose culpable, y el maestro ofendido lo acusó del robo, y ya iba a dejar caer la vara de castigo sobre sus hombros temblorosos, no apareció de pronto para pasmo de todos, un juez de paz de peluca blanca, que dijera indignado: “No castigue usted a este noble muchacho... ¡Aquél es el solapado culpable!: pasaba yo junto a la puerta del colegio en el recreo, y aunque nadie me vio, yo sí fui testigo del robo”. Y, así, a Jim no lo reprendieron, ni el venerable juez les leyó un sermón a los compungidos colegiales, ni se llevó a George de la mano y dijo que tal muchacho merecía un premio, ni le pidió después que se fuera a vivir con él para que le barriera el despacho, le encendiera el fuego, hiciera sus recados, picara leña, estudiara leyes, le ayudara a su esposa con las labores hogareñas, empleara el resto del tiempo jugando, se ganara cuarenta centavos mensuales y fuera feliz. No; en los libros habría sucedido así, pero eso no le pasó a Jim. Ningún entrometido vejete de juez pasó y armó un lío, de manera que George, el niño modelo, recibió su buena zurra y Jim se regocijó porque, como bien lo saben ustedes, detestaba a los muchachos sanos, y decía que éste era un imbécil. Tal era el grosero lenguaje de este muchacho malo y negligente.

Pero lo más extraño que le sucediera jamás a Jim fue que un domingo salió en un bote y no se ahogó; y otra vez, atrapado en una tormenta cuando pescaba, también en domingo, no le cayó un rayo. Vaya, vaya; podría uno ponerse a buscar en todos los libros de moral, desde este momento hasta las próximas Navidades, y jamás hallaría algo así. Oh, no; descubriría que indefectiblemente cuanto muchacho malo sale a pasear en bote un domingo se ahoga: y a cuantos los atrapa una tempestad cuando pescan los domingos infaliblemente les cae un rayo. Los botes que llevan muchachos malos siempre se vuelcan en domingo, y siempre hay tormentas cuando los muchachos malos salen a pescar en sábado. No logro comprender cómo diablos se escapó este Jim. ¿Será que estaba hechizado? Sí..., ésa debe ser la razón.

Nada malo le pasaba. Llegó incluso hasta el extremo de darle una tableta de tabaco a un elefante del zoológico, y éste no le dio en la cabeza con la trompa. Esculcó la despensa buscando esencia de hierbabuena, y no se equivoco ni se tomó el ácido muriático. Robó el arma de su padre y salió a cazar el sábado, y no se voló tres o cuatro dedos. Se enojó y le pegó un puñetazo a su hermanita en la sien, y ella no quedó enferma, ni sufriendo durante muchos y muy largos días de verano, ni murió con tiernas palabras de perdón en los labios, que redoblaran la angustia del corazón roto del niño. Oh, no; la niña recuperó su salud.

Al cabo del tiempo, Jim escapó y se hizo a la mar, y al volver no se encontró solo y triste en este mundo porque todos sus seres amados reposaran ya en el cementerio, y el hogar de su juventud estuviera en decadencia, cubierto de hiedra y todo destartalado. Oh, no; volvió a casa borracho como una cuba y lo primero que le tocó hacer fue presentarse a la comisaría.

Con el paso del tiempo se hizo mayor y se casó, tuvo una familia numerosa; una noche los mató a todos con un hacha, y se volvió rico a punta de estafas y fraudes. Hoy en día es el canalla más pérfido de su pueblo natal, es universalmente respetado y es miembro del Concejo Municipal. Fácil es ver que en los libros de religión jamás hubo un James malo con tan buena estrella como la de este pecador de Jim con su vida encantadora.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La pedagogía del escarmiento


“… si no escribo esta palabra, no la escribirá nadie. Si no digo esta palabra, el mundo se hundirá en el silencio (o en el rumor o la furia). Y una palabra no escrita o no dicha nos condena a morir mudos e infelices. Sólo lo dicho es dichoso y sólo no lo dicho es desdichado”.
Así se expresa Carlos Fuentes en su escrito titulado “En esto creo”, y tengo la convicción de que muchos, como yo, coinciden con esta cita que estoy utilizando a manera de epígrafe.
De manera que vamos a recuperar nuestra palabra, nuestro derecho a decir lo que para nuestra desdicha hemos callado por voluntad o imposición, por prudencia o temor, por cautela o cobardía.
La pedagogía es una disciplina que tiene por objeto la formación del individuo. Sin embargo no podemos utilizar el término de manera estricta, ya que su sentido genérico puede invitar también al ejercicio reflexivo.
El sentido semántico que solemos aplicar al término en comento, es el que lo considera como recurso que la sociedad emplea para imponer roles de comportamientos específicos. Sin embargo, cuando ejercitamos el discernimiento para romper esquemas de dominación, obedece a una categoría pedagógica denominada pedagogía crítica, de la que hemos derivado la literatura de la resistencia.
Hay un ejemplo al respecto: El 12 de julio de 1562, Fray Diego de Landa dirigió un auto de fe en un pueblo maya y quemó caciques y códices. El fraile se preciaba de haber acabado con 20 mil ídolos. Destruyó también estelas y edificios. Poco después dio órdenes a un sabio maya de buscar un signo maya que equivaliera fonéticamente al español y cuando lo obligó a agregar una frase completa, el sabio escribió dos palabras: NO QUIERO
Así, en 1562, el sabio maya inauguró la pedagogía y la literatura de la resistencia
Ahora bien. Escarmentar es imponer castigo provocando daño físico o moral. Se impone cuando se pretende corregir con rigor, cuando se quiere sentar precedente.
Lo que llama la atención es que quienes suelen profesar el rigorismo, casi siempre son aquéllos que adolecen de la falta de congruencia entre su palabra y su accionar, son los personajes inventariados en el capital activo de los violentos, seguidores de Maquiavelo pues comulgan con el paradigma de que más vale engendrar miedo que no respeto. Y entre sus especímenes se encuentran los autoritarios, esos que disfrutan regodeándose en su mandonismo y viven extraviados en el frenesí de su ignorancia y furia, tocando siempre los bordes de la locura.
A la pedagogía del escarmiento pertenece la época de la expresión temeraria la letra con sangre entra o cuando los padres solían decir a los maestros “aquí le entrego a mi hijo, si el cuerito me regresa el cuerito le recibo”. Tiempos en que los docentes hacían escarmiento en los alumnos que no cumplieran con el aprendizaje o memorización de temas, imponiéndoles unas enormes orejas de burro y exponerlos al escarnio de la sociedad exhibiéndolos en los balcones que daban a la calle.
Hubo muchos profesores que en sus alumnos desahogaban sus frustraciones. Las aulas eran convertidas en escenarios de tormentas. Cualquier pretexto se esgrimía como razón para justificar sus arrebatos y, como en la frase clásica, golpeaban con furia al que se movía, al que no se movía y al que se hacía el disimulado.
(La obra de teatro de Robert Althayne titulada “La Educastradora”, se estrenó en nuestro país en 1977. Ese mismo año se presentó en el teatro del IMSSS de nuestra ciudad, con la actriz Vilma González, quien representó a una maestra con carácter autoritario. La producción teatral constituyó una aportación didáctica que invitaba a la reflexión a quienes ejercíamos la profesión del magisterio. En ella se aprecia a plenitud la aplicación de la pedagogía del escarmiento.)
Sin embargo, como dice el refrán, no todo el monte es de orégano. También existieron los maestros que supieron entender que estaban ahí para educar, maestros que supieron ser los precursores de la educación fincada en el imperativo ético del respeto a la dignidad de sus alumnos. Esos maestros han trascendido en la geografía y el tiempo de la educación de los hombres; los otros, se perdieron en el olvido y se han quedado sin rostro.
Pero, ¿qué diferencia hay entre ese escarmiento aplicado en el pasado y el que se aplica en el presente?
Quedan aún resabios de ese pasado vergonzoso. Hay docentes que siguen obedeciendo patrones de conducta profesional ya superados. Sólo que ahora la agresión física se ha suplantado por la agresión moral traducida en la palabra ofensiva, el reto, la amenaza. Hay docentes que con arrogancia mantienen una calificación reprobatoria, sólo por el disfrute que le proporciona el fracaso del alumno que se atrevió a desafiar su soberbia autoritaria.
Sí, docentes que necesitan justificar su degradación imponiendo mordaza a los educandos. Les dan su escarmiento y luego, con el cinismo digno de un Rasputín aldeano, disfrazan sus propias carencias con una apología que induce a la conformación de educandos domeñables. Todo a golpe de intimidación.
Pero esta pedagogía la podemos apreciar en todos los ámbitos. En la política a los adversarios se les difama, se les intriga, se les induce incluso a su propio suicidio. Si es en el ámbito sindical, lo imaginario que constituye esa aventura de promesas y confusiones queda finalmente circunscrito a un causiescalafón aplicado por un círculo de notables que ven las cosas de revés. No aspiran a conformar grupos, sino a aglutinar masas, pretenden los cambios no en las actitudes, sino en la verborrea huera y en las rutinas desencadenadas, sin variantes, salvo aquellas marcadas por sus delirios.
Todos hemos sido testigos, alguna vez, de la forma como suelen instruir. Lo hacen como si estuvieran expidiendo algún boletín oficial. Y aquél que no se someta a la castración de la conciencia, lo convierten en damnificado de sus embates irracionales.
Y así vamos caminando todos juntos en este inacabable ritornello de la historia. Todos estamos en la jodienda del escarmiento. Pero recordemos que en la lid contra la pedagogía del escarmiento no hay victorias irreversibles. Impulsar una pedagogía de respeto a los otros y hacer vigente el derecho a la legalidad son batallas permanentes.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Qué doloroso es amar


Qué doloroso es amar, y no poderlo decir...
Si es doloroso saber
que va marchando la vida
como una mujer querida
que jamás ha de volver...
Si es doloroso ignorar dónde vamos al morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Triste es ver que la mirada hacia el sol levanta el ciego,
y el sol la envuelve en su fuego
y el ciego no siente nada.
Ver su mirada tranquila a la luz indiferente,
y saber que eternamente
la noche va en su pupila bajo el dosel de su frente.
Pero si es triste mirar y la luz no percibir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Conocer que caminamos bajo la fuerza del sino,
recorrer nuestro camino
y no saber dónde vamos;
ser un triste peregrino de la vida
y en el sendero no podernos detener
por ir siempre prisioneros del amor, o del deber.
Mas si es triste caminar
y no poder descansar
más que al tiempo de morir,
más doloroso es amar... y no poderlo decir.


Vivir como yo, soñando con cosas que nunca vi,
y seguir, seguir andando,
sin saber porque motivo ni hasta cuándo.
Tener fantasía y vuelo que pongan al cielo escalas...
y ver que nos faltan alas que nos remonten al Cielo.
Mas si es triste no gozar
lo que podemos soñar,
no hay más amargo dolor
que ver el alma morir
prisionera de un amor...
y no poderlo decir!

JOAQUÍN DICENTA

lunes, 9 de noviembre de 2009

Sí... los tiempos han cambiado


Era una niña de seis años cuando su madre le encargó el cuidado de sus tres hermanitos más pequeños, pues ella tenía que salir a lavar ropa a otras casas. No recuerda desde cuando la pusieron a barrer y trapear, a lavar los trastos, a ir por agua, a llevar al molino el nixtamal.

Se casó. Nada más cambió de metate, como antes se decía. Tuvo seis hijos. Su marido trabajaba en una fábrica. Había que lavarle todos los días aquellos pesados overoles manchados de arriba abajo con aceite; había que hacer de comer para todos, y tener limpia la casa sin ayuda. Cuando su hombre murió ella se puso a coser en su casa a destajo, para un fabricante de camisas. Empezaba su labor a las 6 de la mañana y acababa a las 12 de la noche.

Ahora es una anciana. El otro día oyó que una nieta suya, licenciada, decía al conversar con una amiga: -Los tiempos han cambiado. Mi abuela, por ejemplo, nunca trabajó...

viernes, 21 de agosto de 2009

DESPEDIDA


Cuando ya te hayas marchado,
quedará el silencio obscuro de mi tiempo,
quedará suspendido el arcoiris
en el llanto pasajero de la lluvia,
y la rosa tímida, implorante,
dejará caer sus pétalos
sobre le piso invernal de mi existencia.

Cuando ya te hayas marchado,
mis manos tamblarán de mil caricias,
y de mis ojos brotarán silentes
viejas lágrimas
alguna vez ya retenidas,
y el infinito azul de mi esperanza
buscará el retorno gris de su pasado
en doliente fracaso por tu ausencia.

Cuando ya te hayas marchado,
sellaré mis labios para siempre
con el último beso del amor,
y esperaré paciente que tus manos
me convoquen hacia el sol del infinito,
y junto caminemos por la noche
escuchando el latir del corazón.

Cuando ya te hayas marchado,
tu sonrisa infantil, diáfana y triste,
partirá volando
a la caza de un destino intangible,
y el silencio guardará el secreto
de tu brisa tibia y perfumada
con el roce suave de tu piel
ya calcinada,
por el fúnebre adios, por el olvido.

jueves, 13 de agosto de 2009

Acteal: impunidad entronizada


La Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, determinó por mayoría amparar a 26 de los involucrados en la matanza de Acteal, 20 de los cuales fueron puestos en libertad inmediatamente.

DÉCIMA:

LA CORTE DE LA INJUSTICIA
HA RESUELTO SOBRE ACTEAL
LIBERANDO TODO EL MAL
CON RESONANTE ESTULTICIA.
LA DELIRANTE MALICIA
DE LOS MINISTROS TOGADOS
HA DEJADO ANONADADOS
A LOS QUE SOBREVIVIERON
Y QUE CON SUS OJOS VIERON
SUS HERMANOS MASACRADOS

(Lourdes Aguirre Beltrán)

lunes, 10 de agosto de 2009

UN POEMA POR LA JUSTICIA. (A los niños de Hermosillo)


Ratas bajo las piedras
mordieron sagrada blancura
suciedad voraz arrancó existencias
lenguas en viernes negro de horror
callaron risas y promesas

Dormida la mujer de la espada
su balanza ciega descansa
es una estatua inanimada
porque sus venas aguardan soplo
no tiene corazón, precisa el tuyo

Tu puño encierra el latido
¡levanta tu voz! es su sangre
la terca conciencia su ritmo
marchemos sobre las guaridas
saquemos alimañas de sus cloacas
DALE LATIDO

¿Crees que al roedor le duele la peste?
¿Piensas que Dios-Karma-el cielo
abrirá misteriosos caminos
mientras anestesias tu humanidad?
Entiende esta red que pende
es la vida

Entreabre el ojo
dolerá la ajena herida
ayer fueron los hijos de Sonora
mañana el signo de interrogación
podría hundirsete hasta el hueso

(Sergio Rodríguez)

sábado, 8 de agosto de 2009

¿Y para qué queremos ser libres?


El hombre, por su calidad humana, ejerce a plenitud ciertos derechos que la misma sociedad le otorga desde el momento mismo de su nacimiento. Uno de esos derechos es el ejercicio de su libertad.

Hablar sobre la libertad implica penetrar al mundo subjetivo del hombre y tratar de encontrar su connotación justa y adecuada. Para lograrlo, será necesario elaborar un marco teórico que arranque desde la sumisión inherente a la esclavitud en que se ha debatido el ser humano, como víctima de religiones y sistemas fascisto-dictatoriales, así como de mentalidades paranoicas y con complejos mesiánicos; sistemas dominados aún por un pensamiento salvaje.

Afirma Botempelli que “… el hombre libre no quiere dominar a otro; la libertad está idéntica a la antítesis esclavitud-mando. El mando no es más que una forma del espíritu de sujeción, porque el dominador es aquel que no sabe sentirse individuo sino en función de otros, el dominado” Sin embargo, pese a dicha aseveración, la esclavitud es un acto de sometimiento y explotación que se ha dado desde tiempos remotos. Cuando el hombre empezó a concebir la idea de dominar a sus semejantes a fin de alcanzar metas de sublimación, principió la arbitrariedad y el atropello que viola los derechos de los demás. La ley del más fuerte, propia de la selva, fue la que imperó justificándose por la idea dominante de la existencia de una raza superior y muchas inferiores que deberían ser sometidas para el servicio caprichoso de aquélla.

Así se han dado enfrentamientos, luchas o guerras de consecuencias funestas; así han surgido imperios, sistemas podridos por afanes personalistas o de grupos selectos que limitan o violan el derecho más elemental del hombre: la libertad.

Para conservar su dominio denigrante, establecieron prohibiciones tan aberrantes como si se sintieran capaces de controlar los más mínimos movimientos de los sometidos; prohibiciones tan estúpidas como no tener el derecho a reunirse con sus iguales en condición, a no expresar ideas contrarias a los clichés sistemáticos que lo aprisionaban ni a exigir las condiciones mínimas para alcanzar la dignidad de un ser humano. Así quedaban cautivos de unas leyes elaboradas por y para la conveniencia de quienes ostentaran el poder.

Cuando los grupos oprimidos adquirieron conciencia de sus derechos, tuvieron nacionalistas aspiraciones y concibieron en toda su pureza la concepción de honor y patria, surgió el romanticismo refulgente y prometedor de superiores estados de existencia. Así surge el movimiento liberal de una sociedad europea humillada por un despotismo corrupto y denigrante y que culmina con la toma de La Bastilla, su símbolo opresor, auspiciado por las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Ese romanticismo pronto llegó a nuestro continente americano y es cuando los pueblos que se encontraban desde el siglo XVI postrados ante la dominación política, económica y religiosa de una España decadente, se sublevan para alcanzar su autonomía plena.

México inicia su movimiento libertario en 1810 y lo culmina en 1821. A partir de entonces se han suscitado movimientos armados que pretenden resguardar nuestra soberanía: 1847, la gesta heroica de Chapultepec; 1857, la Guerra de Reforma; 1910, la Revolución Mexicana; movimientos en que han ofrendado su vida una pléyade de hombres y mujeres en aras de la libertad.

Vivimos momentos de crisis, tiempos de ocasión para reciclarse las fuerzas obscuras del conservadurismo, una derecha retardataria alimentada con afanes de sumisión y entreguismo a capitales extranjeros. Ayer recibimos libertad. Hoy, a manera de interrogante, ¿legaremos dependencia humillante? ¿Hasta cuándo dejaremos de recomenzar nuestro ciclo de espanto?

miércoles, 5 de agosto de 2009

SOY JUGLAR


Francisco Rivas Linares

Soy juglar,
de los que llevan su canto
a través del continente de tu cuerpo;
el que canta a tu figura
áurea y graciosa,
a las líneas que modelan el contorno
donde habito,
donde muero y resurjo
entre espuma vital.

Extasis suspenso.
Imagen genética de futuros inciertos,
forjadora de caminos conducentes
a las cúspides celestes,
donde sólo moran
los espítitus que grávidos
de ósculos
vuelan por el eter misterioso.

Soy juglar,
el que en cántico supremo
la sintaxis corporal
busca y rebusca;
para que así,
en el surco luminoso
de tu vientre,
la simiente de la vida deposite.